Talleres Literarios Cine Lumiere y Distrito Noroeste
jueves, 18 de junio de 2015
EL RETRATO por LILIANA SOSA
Pinceladas de bermellón en degrade
perdiéndose en la profundidad
de un camino en perspectiva.
La mujer del retrato me observa
gris acero en los ojos y una lagrima de luz
que se resbala por la mejilla color fuego
hacia las manos amarradas con un lazo azul cobalto.
Mariposas doradas se escapan del vestido
dejándolo níveo, desnudo,
desmayado sobre las piernas largas.
Desmenuzó el pintor el alma y salpicó con ella
el carmín de los labios.
Atado al embrujo de esa mirada
me descalzo y embriagado giro por la habitación
me tomo de las alas de una mariposa descuidada
y me pierdo en la cabellera encarnada.
jueves, 14 de mayo de 2015
DESDE LA VENTA por LEONOR CIERI
Desde la ventana veo pasar
la Caridad y detrás la Gratitud.
Veo pasar la Tristeza perseguida por
la Alegría y el Júbilo tomados de las manos.
Veo pasar un puñado de tierra abonada y
detrás, saltando, un grano de trigo.
Veo en la oscuridad una luz que nace
de una estrella, iluminando mis Sueños que
pasan rápidos, huyendo de la Realidad.
Veo pasar muy lentamente a la Esperanza
para dejarse alcanzar por
la tan ansiada Paz.
domingo, 10 de mayo de 2015
LAS PALABRAS por SILVIA BALBUENA
Las palabras
“…sin embargo cuando lo perdió, no compartió con la familia el duelo…” del cuento “Los objetos” de Silvina Ocampo
Tenía objetos entrañables. Capturados en sus expediciones por los mares del mundo. Guardados de sus juegos infantiles.
Atesorados de entrañables regalos. Objetos que acariciaba con sus manos, con sus pensamientos, que engalanaba con sus sonrisas. No quería compartirlos, eran de ella, de sus momentos, de sus sabores y sinrazones. De sus ganancias y sus pérdidas. De sus albores y sus atardeceres. De sus historias.
Los fue guardando meticulosamente. Escondidos de las burlas de sus padres, de las sátiras de sus amigos, de las manos revoltosas de su hermano menor. Aislados del paso del tiempo. Eran testimonios de momentos, cuentas desenhebradas en sus laberintos, pasadizos de sus entrañas.
Pero un día los años la ganaron, espacios conocidos desaparecieron, miradas escudriñadoras se alejaron y los objetos perdieron su razón de existir. Y así, inexorablemente, como suceden las estaciones o los ciclos de la luna, sucedió: los objetos perdieron su materialidad. Y se transformaron en palabras, en un abstracto simbólico. En una entelequia que sólo le pertenecía a ella.
Hasta que un día, encontró que esas palabras que eran sus cenizas, empezaron a circular en ideas, en frases, en versos.
Necesitó escribirlas y así resultaron brasas, llamas, fuegos.
Las siente fuegos fatuos con sus contradicciones. Son una esperanza, una meta. O un desconcierto, un siniestro. A veces desea salir a capturarlos, los ve que se agarran a paisajes, se enroscan en sensaciones, se deshacen en gases violentos. Desea que esos fuegos fatuos no se le escapen, no la engañen, que la iluminen aunque sea tenuemente. Tiene miedo de mirarlos, que la enceguezcan, que la oscurezcan con su fugacidad. Que la rodeen y la ahoguen. Pero los necesita, los persigue.
A veces percibe que en el interior más ígneo de esos fuegos fatuos, arde la llama de lo perenne, del vencimiento de la muerte.
Sabe que los objetos transformados en palabras, textos, poemas, que aprendió a escribir y compartir, son eternos, perdurables, que vencen a las no presencias, a la muerte. Y que no tendrá necesidad de duelo ni dolor de ausencia. Las palabras y los fuegos seguirán allí.
lunes, 27 de abril de 2015
LA LLAVE SE ESCONDE por Anabella Zilli
La llave se esconde detrás de la cortina azul, poblada de mariposas.
El baúl esta debajo de la cama. Y en él, objetos, recuerdos, nostalgias, alegrías, sueños, escribo sobre él una frase cada vez que lo abro. Hoy dice. Pasado.
A veces lo veo vacío.
A veces está lleno.
No me sorprende si al abrirlo un objeto sale volando hacia otra habitación.
O si la muñeca justo llora al cerrarlo.
Pueden tener o no valor, pero están, como huellas, en el alma, en la piel, el olfato, la vista, los oídos. Laten, viven.
Una cajita musical, quedó afuera, sonó durante toda la noche, pero ya no la escuchaba, le di color, olvidé su sonido… recordé su movimiento, la bailarina, daba vueltas, giraba.
Mi mente también. Mi alma aun más.
No hay terapia que borre algunos recuerdos que duelen, tampoco hay objetos que no ocupen el lugar que uno le quiere dar.
domingo, 12 de abril de 2015
SUEÑOS por María Ester Aquino
Donde van los sueños
que no se cumplen
se dan por vencidos,
abandonan la búsqueda?
o aletargados e insomnes
esperan el toque mágico
que los rescate de las tinieblas
o se resignan al olvido?
Me persigue el humo gris de tu mirada
trepa por mi sombra
y se hunde en el abismo
alucinante de mis fantasías.
Mis sueños enredados
en la telaraña del pasado
pugnan por emerger
y hacerse realidad.
lunes, 6 de abril de 2015
COMIENZO DE TALLERES 2015
CLASE ABIERTA DE TEATRO
El viernes 27 de marzo, en el Distrito Noroeste, se realizó la clase abierta de teatro a cargo de la profe Laura Carassai. Una tarde diferente donde el cuerpo fue el protagonista. Participaron los talleres de Plástica, Técnicas Mixtas, Literario y Teatro. Muchas gracias Laura por el encuentro!!!
El viernes 27 de marzo, en el Distrito Noroeste, se realizó la clase abierta de teatro a cargo de la profe Laura Carassai. Una tarde diferente donde el cuerpo fue el protagonista. Participaron los talleres de Plástica, Técnicas Mixtas, Literario y Teatro. Muchas gracias Laura por el encuentro!!!
sábado, 31 de mayo de 2014
OCTUIBRE EN PARÍS Y LOS AMANTES por MARÍA ELENA FUSTER
El avión aterrizó y la mujer, joven aún, al
poner sus pies sobre el suelo de París dejó atrás todo aquello que le incomodaba
en la vida.
El verano había dado paso al otoño y las
callecitas de París estaban tapizadas con las hojas que ya empezaban a caer de
los altos árboles y el viento las hacía enredar a los pies de la joven
dándole su bienvenida.
Ella sintió que sería inmensamente feliz junto
a su buen amigo parisino y amante fiel que la estaba esperando en el mismo
aeropuerto.
Al verlo hundió sus ojos en los de él, quién le
prometió que, "Vivirían esos siete días sin tropiezo y que serían
inolvidables para su amor en la bella París" y al reencontrarse sus bocas
en el beso y al juntar sus cuerpos en el abrazo interminable, sintieron en sus
almas subir nuevamente las chispas de la ternura del amor que siempre estuvieron
intactas.
Juntos, con todo el tiempo sólo para ellos dos
y tomados de las manos fueron por esas calles en las que Dios puso todo su
brillo y color en el paisaje parisino.
Se miraban
como si el tiempo no hubiese pasado y enlazado el brazo de él sobre el hombro
de su compañera llegaron al amarradero del río Sena, casi frente a la torre Eiffel,
la cual se veía "Magnífica" en su estructura de hierro, erguida e
inmune al paso del tiempo, vigía celosa de esa ciudad milenaria llamada con
justeza la "Ciudad luz" y que se extendía orgullosa a sus pies.
Quedó ella esperándolo, mientras él cruzaba la
calle en busca de algo fresco para tomar y al dar la vuelta, hacia el
reencuentro la vio apoyada en la cerca del puente y se preguntó.
- ¿Será acaso la misma Maga? ¿La de la novela
aquella del escritor Cortázar que tanto me impactó? La miro y vuelvo a recordar
aquel párrafo -tal vez no exactamente con aquellas mismas y bellas palabras- y
como yo la veo en este mismo momento, para mí, es la Maga...
"Ya su silueta delgada a veces andando de
un lado a otro, a veces apoyando su cuerpo en el pretil de hierro, inclinada sobre
el agua y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente,
entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa
convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras
vidas, y madame Leoni, que mirándome la mano que había dormido con tus senos,
Maga, me repitió casi tus mismas palabras. ¡Ella sufre en alguna parte, siempre
ha sufrido! Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la
noche, su puente, el Pont des Arts"
Y así, sonriendo y con una botellita de agua en
cada mano, cruzó la calle pensando que él era Horacio Oliveira y ella la Maga
que lo esperaba y se fundieron en un solo cuerpo.
Después hicieron la cola reglamentaria como
antaño y subieron al Ferry Marítimo Parisiens, que comenzaba a desplazarse por
las aguas tranquilas del río.
Se deslizaban entre la bruma mañanera por todo
el interior y el principio del corazón de París y cual chiquilines gozosos, reían
de la aventura y presagiaron que tendrían un día espléndido y venturoso.
Vieron asomar delante de ellos ese paisaje
urbano que inspiró e inspira siempre a músicos, pintores y poetas que cantaron
y plasmaron en sus cantos, telas y escritos, tantas y tantas odas al amor y que
tantos sueños legaron a las gentes y bajaron para caminar libremente y
siguieron su camino mirando las doradas estatuas de bronce del puente Alexander
tercero y el romántico Pont des Arts -Puente de las Artes- donde caminaron y se
amaron toda vez que se reunían en París.
Abrazados y como siempre les sucedía, "el
asombro", por más que ya habían hecho ese mismo recorrido el tiempo
suficiente para no sorprenderlos, estaban nuevamente allí, recorriendo con la
mirada el mítico puente Saint Louis y Notre Dame que radiantes, se acercaban o alejaban según desde uno los mire, y les
causaba placer y gozo el verlos y nuevamente el beso despertando sus ansias de
amor.
Y volvieron a besarse con la dicha que resbalaba
por sus cuerpos y así, simplemente se sentaron a una mesa, con una sombrilla de
rallas verde, roja y blanca y sintieron que estaban protegidos de los ojos indiscretos
que pudieran verlos y mirándose a los ojos descubrieron que todo el amor que se
sentían estaba intacto y él con los dedos de su mano recorría el perfil de la
cara de ella deteniéndose unos segundos en sus ojos suavemente cerrados y los
dedos bajaron por la nariz y al detenerlos en el contorno de la boca fragante
encontraron lo que buscaban, esos labios entreabiertos de los cuales un suspiro
se escapaba y la mano no se detenía, avanzaba y seguía su camino, como si la
caricia dibujara ondulados estremecimientos en el amado cuerpo y al abrir ella
sus ojos y encontrar los de él que la miraban embelesados rió feliz, como nunca
feliz y sus bocas se encontraron y hubo un solo sabor dulce y se cerró la
brecha, siendo una boca única, jugosa y fragante.
¡A esa hora de la mañana, en ese boulevard casi
desierto, bebieron un vino blanco espumante que les hizo cosquillas en la nariz
y rieron a carcajadas, alegres y felices por ese momento tan único e íntimo; comieron ostras
junto con el vino que los hizo marear un
poco pero, dichosos por lo que les ocurría siguieron por su senda!
"En París se vibra y se vive el arte por
cualquier lugar donde uno vaya. Es como un gran teatro y un gran museo a cielo
abierto".
Treparon por las callecitas de Montmartre que
es también el barrio de la Basílica del Sacre Coeur -Sagrado Corazón- La cima
de la colina y la escalinata resultó ser un mirador fantástico para gozar el
bellísimo París que se hallaba a sus pies y ellos lo hicieron, admiraron la
ciudad desde allí y luego...
Entraron a la Basílica y confirmaron nuevamente
frente al altar mayor su juramento de amor, dejando en el olvido por una semana
la historia triste que los precedía.
¡Y sí¡ Ellos estaban embriagados de amor, de ese
amor que gozarían durante siete días y siete noches y en donde en ese preciso
momento el ayer quedaría fuera de sus vidas por siete días completos, y era lo
único que les importaba en esos momentos, sentían que un cerco invisible envolvía a la bella París
y que la ciudad toda, se brindaba para ellos dos solamente y esa brisa
suavecita los acariciaba protegiéndolos, lo mismo que las hojas que al caer
desmayadas, los rozaban haciéndoles presentir que el tiempo sigue su marcha y a
veces es tirano, ¡ellos lo sabían!, pero harían que la duración de sus siete
días se prolongase con la misma complicidad del tiempo y se eternizase en sus
almas por siempre.
Deambularon tomados del brazo por callecitas y
placitas coloridas charlando animadamente y a veces se quedaban callados
tratando de guardar en sus mentes los pasajes únicos de esos días.
Iban viendo a su paso -por el Boulevard
Montmartre- pintores con sus atriles dispuestos que les ofrecían pintarlos en
una escena idílica y se miraron y sonrieron por lo absurdo de la situación.
Cruzaron el Arco del Triunfo y caminaron
abrazados por Champs Élysees y la Place Vendome, mirando las vidrieras de la
Rué Rivoli donde el galán entró y compró un dige, un corazoncito de oro rojo
-rojo como la sangre ardiente que les corría por las venas- que colgaba de una
cadenita y puso al cuello de ella diciéndole.
-Es para que siempre que pases tu mano sobre ese
dige sientas a mi propia mano sobre de tu corazón que te acompaña y abriga con
el amor intenso que guardo para vos-
A lo cual ella le respondió.
- ¿Sabes amor mío que cada uno de los minutos
vividos en nuestra vida conforman la esencia de lo que somos y todo está
guardado en nuestra memoria? Yo reniego de lo vivido antes de conocerte, lo he
enterrado en el fondo de mi interior aunque sé, que inevitablemente, aunque no
lo queramos, nos esperan cosas que tendremos que vivir o morir por ellas. Y te
digo ahora y lo juro, desde que te conocí mi esencia sólo se alimenta del amor
que vos me das en cada segundo que estamos juntos y me alcanzan justo para
sobrevivir hasta el momento de volver a reencontrarnos y verte.
¡A veces, todos hacemos esas cosas impensadas
en nuestro diario vivir!
Dedicaron parte de la tarde a recorrer el
Louvre y se quedaron quietos y juntos los dos frente al cuadro de la
"Gioconda", era difícil describir las sensaciones que sintieron al
ver el cuadro de Leonardo da Vinci. La imagen de esa joven que los miraba con
sus ojos melancólicos y cómplices y la sonrisa más enigmática y misteriosa que
hacía parecer que fuera, una mujer o un
adolescente con su cuerpo brindando esa sensación de desgano de doncella o un
joven, una u otro, amanecidos al amor con el esfumado y tenue paisaje implicado
en el misterio. ¡Tal vez todo fuera un mito!... Pero al joven lo impulsó a
estrechar fuertemente a la mujer que lo acompañaba.
Y luego visitaron la bella e inmensa Notre
Dame, con sus enormes columnatas y vitrales increíbles y luego vagabundearon
contentos por el Boulevard Saint Germain y entraron a curiosear por las
librerías del Barrio Latino.
Se hizo el anochecer y en París ¡La noche
siempre es mágica!
Guiados por el olfato se sentaron a comer en un
bodegón pequeño e íntimo en la calle Saint Andres des Pres, donde sentían que
eran la pareja mejor formada de todo París, que se amaban más allá de la distancia y de los rigurosos siete días
impuestos y estaban regocijados, como si el tiempo hubiera retrocedido y
volvieran a revivir su encuentro en los jardines del Palacio de Luxemburgo, donde se conocieron.
Ambos
traían una historia detrás muy difícil de sortear -que no se ha de contar acá
por no ser el momento- pero les bastaba sólo una semana en Octubre y en París,
para derrotar -año a año- al destino con sus propias armas.
Al regresar hacia el hotel "Le
Clemont" que los hospedaba, el cual, desde el inicio de lo verdadero de su
historia fue como un testigo fiel y consecuente para hospedarlos, y sentían que
ese cuarto de hotel era su hogar en París, donde eran cobijados sin reserva
alguna por Monsieur y Madame Charrade, los dueños, que no tenían hijos y ellos
con su amor los representaban.
Y en el camino de retorno volvieron a pasar
debajo del "Arco del Triunfo" y pusieron una flor en la tumba de
Napoleón Bonaparte conmovidos por tanta historia.
Y más tarde aún, con sus mejores galas y bajo ese
cielo de París tachonado de estrellas, que les daba la sensación de que,
"la ciudad luz" brillaba sólo para ellos dos, entraron al
"Moulin Rouge" y allí volvieron a brindar con una "Champaña"
burbujeante, ¡Por la vida y por el amor!
Y en ese momento único e irrepetible de sus
vidas, del pasado y todo lo que sufrieron y sufren y llevaba con él, quedó atrás, y del
presente, sólo les importaba, esos pequeños momentos que ambos, tratarían de
retener en la caja misteriosa en donde se guardan los pasajes buenos de la
vida, los otros, los no tan buenos, los desecharán.
Juntos y abrazados, como bebiendo uno del
cuerpo del otro ser absorbiendo sus deseos, con la noche parisina cómplice de
su aventura que los cobijaba con su manto protector, retornaron al pequeño
hotel de ese suburbio de París donde por tantas veces los vio llegar con su
amor a cuestas que revelaba el peso liviano de sus culpas al hacerse dueño uno
del otro. Y más luego, mañana, pasado el mañana, al otro día y al otro, por
siete noche exactas las callecitas de París los verán pasar con su alegría
desbordante y el amor consolidado en una sola alma y en un solo sentir.
Más adelante, cuando la mujer ya no esté en
París y se haya despedido de su amante fiel y octubre quede atrás, por las
noches, cuando el trajín incesante del día le de un respiro, en el silencio profundo que sólo ella
escuchará, volverá a sacar, por siete veces, en siete noches, las
reminiscencias que estaban guardadas en el arca de los recuerdos absolutos, y
pasará su mano por su cuello y al rozar la cadena de la cual pende la figura de
un corazón rojo, sentirá que él está allí, junto a ella y esperará en la
hondura de sus sentidos que nuevamente llegue otro "Octubre en París".
lunes, 12 de mayo de 2014
LA ESPERA por GRACIELA RODRIGUEZ
"Una luz húmeda se filtraba como un ángel hasta la cama de acolchado" amarillo que contrastaba con la bata roja que posaba solitaria sobre el pequeño diván.
En el ambiente se olía a jazmín, era el perfume favorito de Sara.
La luz era tenue, a ella no le gustaban las habitaciones demasiado iluminadas.
Quién sabe a qué hora regresaría, era su costumbre llegar sin avisar.
La música suave recorría la habitación susurrando silenciosas palabras de amor.
El encuentro sería maravilloso, siempre lo era.
La espera formaba parte del encanto.
"Una luz húmeda se filtraba como un ángel hasta la cama de acolchado". Cortázar
domingo, 11 de mayo de 2014
SOLO Y VACÍO por MARÍA ESTER AQUINO
Camino ensimismado por las calles
oscuras y silenciosas de una ciudad desierta y desconocida. Un
viento húmedo y frío viene corriendo, se esconde en cada esquina
y me espera agazapado y traidor.
No entiendo su lenguaje, tal
vez sea esa voz lejana que un
día dijo mi nombre o el llanto del niño triste y solo perdido entre las ruinas
del pasado.
Al doblar la ochava frente al
paredón me espera el ángel con
el ala rota y los ojos vacíos. Con un gesto de su mano estática y gris me
indica el camino.
Levito cerrando los ojos y un
sollozo me brota de las entrañas.
Estoy solo y vacío en una
ciudad vacía y silenciosa y no hay
nada más.
miércoles, 30 de abril de 2014
Sin título
“En realidad no era una cuestión de encuentro porque eso podría haber ocurrido en mil rincones de París”, en mil rincones de la profundidad del Danubio o en el único rincón del cuarto en el que él miraba por la ventana.
Como si el mirar por la ventana le diese la posibilidad de verla cruzar la calle, encendiendo un cigarrillo en el mismo momento en el que él lo encendía y así salir corriendo tras ella, bajar las escaleras con alas en los tobillos, para descubrir, al llegar al cordón de la vereda que ya se había ido, o que tal vez no había estado nunca cruzando la calle y que ese olor a tabaco ardiente, que dejaba la señal de su huidiza presencia, no le pertenecía, que era de otra persona que había pasado fumando, justo en medio de la calle, que tenía tanto olor a ella como tenía su recuerdo, como tenían los agujeros del toallón del baño a pesar de haber sido lavado varias veces.
Porque ella tenía esa costumbre, permanecía en cada cosa que hubiese tocado, en cada palabra recordada al azar o de tanto pensarla. De pensarla hasta no distinguir si era un recuerdo o una malformación de un recuerdo.
Perpetuaba su boca pintada de carmín, con los labios semi separados, como si sus dientes fuesen tan largos que no le permitieran cerrarla y el aire que le entraba y salía por la hendidura de sus dientes, produjera una música de violines en medio de un campo de lavandas y de lirios, entonces su lengua los humedecía para resaltar el carmín, dándole la imagen más bella que jamás se hubiese atrevido a soñar.
Todo se esfumaba por un bocinazo en medio de la calle, el cigarrillo de su mano ya consumido, como si fuese un reloj de cenizas, le avisaba que había pasado el tiempo, y el cristal de la ventana le mostraba su rostro, con una sonrisa enorme depositada en el campo de lavandas y lirios, que se desvanecía con la brisa de la realidad.
Tal vez, ella, en alguna parte, estaría pintando su boca y recordándolo con los cordones desatados y los jeans algo caídos, tal vez, le sonreiría al espejo, pondría el bello abrigo sobre sus hombros, y taconeando saldría a cenar, con alguna persona que seguramente tendría un Dupont para darle fuego.
Sintió el incansable ruido de sus pasos, que sonaban como llamadores de ángeles y de no tan ángeles, subiendo las escaleras y un golpe suave sobre la puerta le hizo sentir que su corazón aún latía, se acomodó la remera y salió a abrir. Sólo su olor estaba en el porch.
Ella, tenía esa costumbre, nunca terminaba de irse de los sitios en los que alguna vez había estado.
“En realidad no era una cuestión de encuentro porque eso podría haber ocurrido en mil rincones de París”
Julio Cortázar
miércoles, 4 de septiembre de 2013
SED por María Ester Aquino
SED
BUSCO EN LAS SOMBRAS
QUE SE ESCONDEN EN MIS LABERINTOS
SECRETOS LUGARES SILENCIOSOS.
SÉ QUE ESTUVISTE, FUIMOS JUNTOS
AL VORAZ INCENDIO DE LA PIEL
LA MEMORIA DEL GOZO
COMO LENGUAS DE FUEGO
ME DEVORA.
LEVITO EN EL AIRE DE LA NOCHE
Y ASPIRO CON DOLOR.
TRAS MIS PÁRPADOS CORREN
EN UNA VORÁGINE SALVAJE
IMÁGENES FUTURAS
Y RECUERDOS GUARDADOS.
Y CON UN GRITO IRREVERENTE
ME HUNDO EN LAS AGUAS FRESCAS
DE UN MAR INFINITO...Y APAGO MI SED.
viernes, 23 de agosto de 2013
RESIGNACIÓN por SILVIA BALBUENA
Atraída por
las voces de las cancionetas, emergió. Su sensual cola escamada, plena de olas
y de sales, brilló con tornasoles con la fuente plateada colgada en ese
infinito de terciopelo negro que no conocía. Movió su cabeza. Gotas de diamante
se deslizaron por su larga cabellera dorada y cayeron como sucesivas cuentas
sobre la roca en la que se sostenía. Confundiéndose en sus esplendores con las
iridiscencias de la mica.
Allá a lo
lejos, estaba el viejo barco pescador. Las redes tendidas buscando la presa
variada que dé sustento a la familia. Los músculos tensos sosteniendo las
cuerdas, acomodando los cajones, izando y replegando las velas. El gesto adusto
transformándose con las notas que emergían de sus voces.
Tuvo un deseo
intenso, irrefrenable: ver de cerca esos hombres que allá adivinaba. Tensos y
suaves. Rudos y mansos. Viriles y tiernos.
No sabía qué
hacer. Nadar hasta allí le iba a ser fácil, era su medio, su mundo. Podría acoplar
sus sonidos encantadores a la nostalgia de esos versos que escuchaba, encontrar
una mirada profunda para fundirse en la claridad y ternura de la suya,
amalgamarse en un hechizo de amor con sus senos esbeltos apoyados en el pecho
musculoso del pescador.
Pero supo,
inexorablemente como se saben las cosas simples y definitivas, que su cola era
su estirpe, su galardón, su raza. Y que ésa no podía ligarse en el crisol de
otra esencia.
No soñó más.
Desdibujó la luna, sorbió el mar de todos sus tiempos y se sumergió para
continuar en el mundo de los cuentos.
Allá en
cubierta, el pescador más joven, aquel en el que bullía el mundo de los sueños,
vio un destello en la negrura del mar. Y sin saber por qué, sintió un temblor
que, en medio de la inmensidad y la fuerza, le dijo que el amor y la pasión
existen.
viernes, 2 de agosto de 2013
LA CASA por EZEQUIEL MIERE
Me interesó aquella historia de fantasmas
porque cuando se me ofreció la casa el asunto aun estaba tibio. La alquilé por
las dos semanas que durarían mis vacaciones, contra toda expectativa de la
inmobiliaria, y le pedí expresamente que se evitara cualquier llamado o visita
que perturbe mi retiro, pues bien sabía yo que allí la inquietud más urgente no
era saber si el grifo funcionaba o si era mullida la cama, sino si me
mantendría vivo, especulación que me tenía sin cuidado porque llevaba treinta y
dos años ejerciendo invicto aquella responsabilidad en la gran ciudad, donde
las probabilidades de morir en un fonavi de barrio Ludueña ni se comparan a las
de una casucha abandonada de la costa.
Llegué el lunes primero de agosto a las
veinte horas, bajo las primeras sombras de una noche deliciosa, empapado por
las aguas de una tormenta ridículamente oportuna.
La puerta se quejó correctamente al
abrirse, con el respeto que la situación ameritaba, pero me decepcionó la energía
eléctrica, que funcionó perfectamente, encendiéndose cada foco de cada
habitación con una claridad insultante.
Fui recorriendo los espacios uno por uno.
Primero la sala de estar, luego el comedor, la cocina, el baño, la alcoba. Tras
ninguna de las puertas me sorprendió ningún aparecido.
Me acosté temprano, aludiendo a la
oscuridad y al murmullo de la lluvia para propiciar un buen clima que me
permitiera vivenciar alguna de las sabidas irregularidades de la casa, pero
cansado por el viaje, me quedé inmediatamente dormido.
Por la mañana no pareció haber sucedido
nada fuera de lo común. A las ocho ya estaba yo repasando los recortes de
periódicos que había reunido sobre el tema, en el comedor, mientras comía un
sándwich de queso y me tomaba a sorbos un café amargo.
Inauguré mi diario de viaje con la
siguiente anotación: “Martes dos de agosto de 2010. Aun nada.”
Por la tarde recorrí la playa y junté
caracoles. Apenas cayó la noche volví a la casa y me entretuve unas dos horas
buscando compartimentos secretos en las paredes. Tras la infructuosa empresa
prendí el televisor y en algún momento me quedé dormido en el sillón de la
sala, con una empanada a medio comer en la mano. Cuando me levanté a la mañana
siguiente, no tuve la necesidad de ponerme los zapatos.
La segunda anotación de mi diario de viaje
reza: “Miércoles 3/8. Nada.”
Un cadete llegó ese mediodía con un absurdo
manojo de catálogos, cortesía de la inmobiliaria. Se mostró nervioso y casi
huyó cuando le di las gracias, lo que me estimuló un poco. Luego llamé a la
inmobiliaria para quejarme.
Pasé la tarde comprobando la sonoridad del
parquet y constatando que cada puerta y ventana estuviera a plomo y tuviera sus
bisagras bien engrasadas.
Cerca de las veinte horas, aburrido y sin
hambre, me tiré en el sillón de la sala a hojear los catálogos. Me interesaron
particularmente una cabalgata de medio tiempo por unas sierras nevadas y un
museo de animales disecados. Las subrayé prolijamente con un bolígrafo. Vi la
final de la copa UEFA por televisión sin el menor sobresalto. Cerca de
medianoche puse la alarma del despertador a las seis, para poder llegar con
buen tiempo a la cabalgata.
A la mañana siguiente escribí: “Jueves 4/8.
Lluvia torrencial. Ni cabalgata ni caracoles.”
El resto del día me la pasé mirando televisión
y hablándole a los cuartos vacíos. Nadie contestó. Antes de las diez de la
noche ya estaba en la cama.
No recuerdo haber anotado nada el viernes
siguiente, ni el sábado. El domingo creo que garabateé algunos dibujos y
mencioné que el museo de animales disecados era un timo.
El lunes se me ocurrió dejar un vaso de
agua en el centro de cada habitación y así lo hice. Luego me fui a la
cabalgata.
He descubierto que una cabalgata es una
experiencia estimulante para el espíritu, pero que los vasos de agua no estimulan
a espíritu alguno. Esa misma noche tiré el diario de viaje a la basura.
El martes Boca perdió la final de la Copa Sudamericana contra el Inter de Porto Alegre, el miércoles conté cuatrocientos
treinta y siete caracoles juntados y tiré más de la mitad porque estaban rotos.
El jueves por fin nevó en la costa y saqué fotos. Tengo una muy bonita de unas
olas rompiéndose contra unos riscos y otra con un San Bernardo. La del San
Bernardo me costó treinta y cinco pesos.
El viernes leí los recortes de diario en
voz alta, varias veces, con lapsos de tres horas entre uno y otro. También
recordé que llevaba conmigo una medallita de la Virgen de Itatí y la fui a
enterrar en la arena, porque intuí que pudiera ser contraproducente a mi
intento de contactar con fantasmas.
El sábado fue quizá el día más divertido
porque pasaron una maratón de Padre de
Familia por la Fox. Afuera nevó terriblemente.
El domingo catorce de agosto, a la mañana,
busqué mi medallita de la Virgen pero entre tanta nieve no pude encontrarla.
Luego pedí un taxi.
Caminé doscientos metros hasta la avenida
costera, deteniéndome de a ratos, para mirar la quietud de la casa, cada vez
más consumida por la nevada y la distancia. Ya desde la ventana del taxi era
indefinible.
El conductor me preguntó cómo pude rentar un
lugar así. “Ni me lo mencione –le dije-, es una experiencia que no le recomiendo
a nadie.”
martes, 23 de julio de 2013
MUJER BUTTERFLY por MARÍA ELENA FUSTER
El hombre
amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas y ningún objeto le
parecía tan real como aquello que en su imaginación veía.(*)
Hiromu respondía en un todo y en mucho más a "Las
diez mil cosas" como en China llaman al mundo. Hijo del sol, ser excelente
en todo, ensoñador y anheloso.
La esposa
de Hiromu era frágil, delicada como la flor del loto, pero clara como un
cristal que nunca oscurece o una imagen que siempre nos protege y se desplazaba
por la casa como si flotase en el aire y su kimono de colores apagados como las
cenizas de una muerta hoguera ceñía su cintura, ¡Pequeña flor condenada a vagar
por el patio con jazmines, camelias y otras tantas cosas!
Solos los
dos vivían en la casa pintada de azul, de un azul tan azul, como el zafiro y
persianas de tela de arroz con sus paisajes y senderos de flores, qué al
cerrarlas, al avanzar el crepúsculo todo quedaba envuelto en una intimidad
silenciosa; habitaban la casa junto con el ciruelo que estaba en medio del
jardín de las "Fragancias floridas"
¡El
ciruelo!
Aún añejo, daba
pequeñas flores rosadas y cuando llegaba la época de cosechar sus frutos, el
patio del jardín se cubría de morado y se teñían las sandalias de Hiromu al
pisar las ciruelas caídas.
Hiromu amó
apaciblemente a aquella mujer escogida por sus padres, pero, con un amor
sumiso, el cual no le proporcionaba el placer de verla tal cual se ve aquello
que a los ojos de él, reflejaba la belleza de lo creado en lo íntimo de su ser.
Un día,
entre las nubes del poniente que bordeaban el jardín, Hiromu descubrió entre
las ramas del ciruelo aferrada a una de sus hojas, una pequeñísima larva,
insignificante como un huevito listo para evolucionar; Entonces Hiromu, cansado
ya de un municipio donde nadie podía enseñarle ningún secreto de belleza o
fealdad, se dedicó con ansias y placer a dar vida a ése capullo que pendía de
unos hilos de seda colgado cabeza abajo y lo comparó a una mujer joven que dejara
secar sus cabellos brillosos de la misma manera.
Lo primero
que hizo Hiromu fue cubrir todo el ciruelo con una malla fina para proteger a
la larva de los depredadores -arañas y avispas- y se dedicó diariamente a
observar el cambio diario de semejante maravilla.
Hiromu vio
como la criatura permanecía externamente inactiva pero en su interior ocurrían
los más diversos y maravillosos cambios, ¡Y de pronto!...
Poco a poco
fue transformándose y la metamorfosis realizada dejó a Hiromu falto de asombro
para asimilar lo que en varias semanas después se presentó ante sus ojos.
Después de
un mes, más o menos, Hiromu vio como ése capullo aparentemente inactivo cobraba
vida propia, la crisálida cambió de color, se desplazaba por toda la rama verde
y se alimentaba de las hojas tiernas del ciruelo esperando el día en que se
transformaría en el último estadio de su ser.
La obsesión
de Hiromu por ver aparecer la Butterfly en toda su belleza de forma y color, le
hacía olvidar sus obligaciones de esposo y dueño de casa y con sorpresa
descubrió que su casa ya no era de un color azul brillante como el creía, sino,
que le parecía un tugurio del color verdoso de algo a punto de echarse a
perder.
Hiromu
hablaba con el insecto como si sus palabras fuesen el alimento que ella
necesitaba para crecer, contándole todas sus peripecias y emociones, creyendo
que la misma oruga lo escuchaba y que posaba sus minúsculos ojos en los suyos
asintiendo con la mirada, con los sentimientos de Hiromu.
Pasaron
tres o cuatro semanas:
Se levantó
Hiromu aletargado con el sopor normal
del sueño, era mañana temprana, los colores del alba reavivaban el jardín y las
hojas del ciruelo empujadas por la brisa que al mecerlas crearon con su
movimiento una increíble melodía y se veían mucho más frescas y lozanas; Hiromu
corrió al jardín a ver a su crisálida y al levantar su mirada contempló a una
espléndida mujer Butterfly detrás de la malla fina.
Hiromu descubrió a una mujer tan bella como un
naranjo en flor, la miró como si de la mujer partieran "diez bifurcaciones"
que lo llevaban desde el corazón de ella hasta su propio corazón y cada
bifurcación lo transportaba por un camino distinto de sensaciones y se preguntaba
¿existe un alma inmortal dentro de ésa figura bellísima o si solo es un animal
con el color de las flores?
Y en su
imaginación la envolvió en un cinturón de seda y la metamorfosis a la cual se
sometió la larva, la convirtió en todo el esplendor de una mujer mariposa con
sus alas radiantes de luz, que enmarcaba los matices multicolores e irisados
que desplegaba en su vuelo elegante y rápido y en sus abundantes planeos; Y él,
el hombre, sentía que ella, la mujer mariposa se iba alejando lentamente y supo
en lo hondo de sus sentidos que debía alcanzarla antes de que la perdiera para
siempre.
Y al ir
detrás de su ilusión, de la musa de su inspiración, Hiromu cruzó vados fangosos
que atenacearon como garras sus entrañas al no poder atraparla en su
desplazamiento.
Llegó a
confines lejanos, países exóticos e inverosímiles, selvas tropicales y desconcertantes y cuando él llegaba, ella ya
había partido desplegando sus alas.
Habló
lenguas extrañas que lo confundieron, por la desconocida preguntó pero, nadie
nunca la vio.
Se
introdujo por las nueve aberturas del mundo donde todo era hermoso, insólito y
absurdo, bajó a los infiernos por pasajes oscuros y profundos, más de "mil
vidas" vivió, a más de "mil peligros" subsistió y a más de "mil
muertes" resucitó y muchas más que "mil curvas" recorrió.
Butterfly,
mientras tanto, revoloteaba por bosques milenarios de muchos inviernos
adormecidos, y ella, -la mujer mariposa- suavemente posada en la cima de la
alta colina, aleteaba sus soberbias
alas. Tal vez hubo surcado las más de "diez mil millas del mundo" y quizás;
también hubo esperado que sus energías ya se hubieran agotado en el traspaso hecho
hacia el "Portal de la vida".
Y él,
Hiromu, gozoso de placer, hasta allí mismo arribó creyendo encontrarla, pero ella,
veleidosa, ya no estaba.
En el
desvelo de su alma, desesperado, en la hoguera de una llamarada se quemaba.
¡Jamás pudo
alcanzarla!
¡Y por fin!...
Al
despertar en el delirio del sueño, al conocer que no es verdad lo que creemos
verdadero, le decepcionó el saberlo, y al mirar hacia su costado vio que junto
a él, estaba el otro yo de su propio ser.
Y el hombre
aquél que amaba la imagen de las cosas y al descubrir que la mujer mariposa que
tanto buscó, ya era suya desde siempre, sonrió.
(*) Frase extraída del cuento "Cómo se salvó Wang Fo" de Margueritte Yourcenar.
miércoles, 3 de julio de 2013
NO SÉ CUANDO por LEONOR CIERI
Una mañana, nos encontraremos¿ no sé cuando?
y tomados de las manos, caminaremos,
bajo un sol, que comienza a mostrarse.
Una tarde nos encontraremos, ¿ no sé cuando?
y nos acariciaremos
bajo la sombra de un árbol, mientras los pájaros, cantarán
nuestra canción.
Una noche , nos encontraremos, ¿ no sé cuando?
bajo las estrellas, que mirarán, nuestros abrazos entre las sombras.
Aún es un sueño, ahora, tú allá y yo aquí, pero llegará una mañana,
una tarde, o una noche, que nos encontraremos, ¿ no sé cuando?.
jueves, 20 de junio de 2013
SOBERBIA DE HOMBRE por LILIANA LAPETINA
Tu cuerpo
eclipsa el sol,
erguido,
triunfante, altivo.
Tu sombra cubre
al resto de los hombres,
tu aliento
compite con el viento cálido del verano
y despierta
cortejos en las mariposas.
El mar se hundió
en tus ojos,
solo espuma dejó
en la arena
que recibió al
ocaso en lecho de algodón.
Dunas doradas
bajan por tu espalda,
se estrechan en
tu cintura,
se contraen
briosas en tus muslos,
conteniendo una
virilidad en acecho.
Piernas
torneadas, infinitas,
sostienen al
hombre pleno, vibrante,
vencen la
resistencia de la arena
que desdibuja
tus plantas de león.
Creas un espacio
erótico donde se pierden
estrellas
fugases
y sucumben
corazones apasionados.
Tus brazos se
anudan sobre el pecho,
negando todo el
sexo contenido,
y mientras una
lava ardiente recorre tus entrañas,
tu mirada busca
hambrienta
ese amor que se
hundió en el olvido,
junto a unos
labios encendidos de besos
y un cuerpo de
costas sinuosas, amadas…
Buscas en las
sombras del atardecer
a esa mujer que
te dejó prisionero de un recuerdo,
con noches sin
comunión de cuerpos,
con playas secas
de caricias.
El viento
hostiga tu cuerpo
que se desgrana
como arena
en la soledad
del páramo.
martes, 18 de junio de 2013
POLVO ENTRE LOS POLVOS por PATRICIA SIGNORI
El pan se luce en la mesa
como si fuera un sueño
ante esos cuerpos hambrientos.
El mar se ve a través
de los vidrios y es magnífico.
Hay quienes se ponen a bailar
entre las olas.
Día a día y con firmeza
se buscan las personas,
para perder la soledad.
Como un yeso prometido de un artista
el deseo queda helado y da miedo.
Es clara la penumbra y se ven
los frutos maduros.
La verdad se hace difícil cuando
es tiempo de enterrar pensamientos ocultos.
Pero todo se olvida ante la muerte
y yo pido perdón por anhelarte,
polvo entre los polvos.
domingo, 16 de junio de 2013
SEMEJANTE A MÍ por MARÍA ELENA FUSTER (poesía erótica)
Rompe los muros
temporales
este ser de ojos
amanecidos,
fundiéndose en el
aurora de la mañana
como manantial que se
alimenta a sí mismo.
Ojos como luceros
ardientes,
abismándose en la
gloria del deseo.
Mi hombre
boca de lirio
perfumado,
que al besarme, funde
en mi hálito el beso
De ojos como brasa
encendida
derritiéndose en el
rescoldo de mi hoguera.
Mi hombre
con sexo de seda
afelpada
encendiendo el
principio de mi esencia,
que sube desde lo más
hondo de mí.
Es, como león
proceloso acosándome
en la eternidad del
comienzo.
Sus manos apresuradas
como
caballos desbocados,
palpando
y recorriendo las
lomadas de mi cuerpo.
Las manos de mi hombre
son palomas aleteando
entre las mías.
Recorren el sendero como
río que busca su cauce
y hacia el final del
camino,
aquello que no cedía a
su estoque frenético
como bálsamo nutriente,
rebasa mi ser.
Mi vientre de manceba
amanece,
mis muslos
trasnochados descienden nocturnos,
sosegados, perfumados hasta el elixir que se derrama,
hondo, intenso,
profundo.
Ya sólo él me habita,
sólo él, sin nombre.
Posdata... el día
14-05-2013- Es decir, ayer, leí éste poema mío - Estamos leyendo a Octavio Paz
y su poesía erótica- realmente me sentí gratificada por el aplauso general
que me brindaron todos mis compañeros de taller, incluso Marcela mí Profesora y
amiga.
La poesía erótica es uno
de los géneros que más me gusta y en el cual me siento cómoda al reflejar todo
mi interior que es rico en imágenes que me brindó ese ser amado con el cual
compartí y enriquecí mi potencial del amor.
domingo, 9 de junio de 2013
CINCO PERFUMADOS JAZMINES por RAQUEL MATUZ PEÑA
Presas en su boca las palabras aguardan su turno para salir y decirlo todo.
Muchos son los sentimientos y las cosas que
quiere expresarle: cómo se siente, que
la preocupa. Hablarle de la visita
de la tía Delia, del libro que le regalaron sus amigas, “las chicas”.
Contarle lo que se había estado
acordando el otro día, que el gato
estaba comiendo poco, que el jazmín amaneció con cinco pimpollos nuevos.
Está ansiosa por saber de él, de los chicos,
de Bianca, del trabajo, decirle que lo quiere, que le gustaría que la visiten
más seguido.
Cada mañana antes de almorzar sale a la
puerta a esperarlo. - Está muy ocupado siempre.- Se consuela, cada vez, al ver que no llega. Otro tanto
hace al atardecer y así cada día repite
el mismo ritual.
- Tal vez son demasiado las cosas que quiero
contarle y está siempre tan apurado. Solo le hablaré de lo más importante. De
mi problemita de salud, mejor no le
hablo. Para qué preocuparlo.
Llegó a visitarla el domingo a última hora
de la tarde. Se la veía contenta y entusiasmada. Sabía que como siempre, no
tendría tiempo para escucharla. Quería
decirlo todo. Él la vio venir y se adelantó. - Mañana paso y
mientras me sebas unos mates hablamos.
Pasé solo un ratito para saludarte. Se inclinó para darle un beso.
-¡Qué pena! No
podré contarle que el jazmín amaneció con cinco
pimpollos nuevos. – Pensó y la
imagen de su único y tan querido hijo se
desdibuja y se pierde confusa en
los laberintos de su mente ensombrecida. El tiempo se detiene, el desconcierto
le gana a la certeza, la angustia a la
alegría, la oscuridad a la luz.
Las palabras
asustadas, convertidas en fantasmas escapan y se ocultan tras las
cortinas para no ser vistas. La adversidad
cambia el color de la mirada y lo que ayer fue urgente, hoy es
intrascendente.
El lunes
al atardecer la familia se
reúne en la casa. Y ahí están
desconcertadas sus cosas: la silla vacía, el mate de cuero, los libros, el
almohadón, el gato. Cada rincón, cada
cosa es un recuerdo, una reminiscencia que marca la ausencia. Trás la ventana,
el jardín, en él languidecen
tristemente cinco perfumados jazmines. Al verlos Samanta, la menor de sus nietas
exclama: - ¡Qué lástima no haberlos visto!
Le hubiera gustado a la abuela
llevarlos al cielo. Ante esas palabras, la silenciosa sombra que ocupa la silla vacía,
sonríe.
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