Las
gotas se aferran al cristal,
lo
recorren con erráticos destinos,
se
entrecruzan, hasta fundirse en una corriente suave,
que llega
al patio y se escapa entre las hojas olvidadas
que
marcan el comienzo del invierno.
Su
mirada refleja el gris del cielo.
Su
boca anuncia una muda amargura contenida.
Sus
puños cierran impotencia.
Las
gotas siguen su camino, indiferentes.
También
de sus ojos parten gotas
que
zigzaguean entre marcadas arrugas
y
humedecen su rostro curtido.
Otro
invierno más que recorrerá solo,
Que
se escurrirá en el tiempo de su vida,
que
vivirá a fuerza de su recuerdo.
Su
ausencia le corroe el alma,
le
estruja el corazón.
En
la humedad del cristal se dibuja una imagen
que
lo mira, que le sonríe,
que
tiene el rostro de ella.
Estira
sus brazos, intenta tocarla
pero
se aleja, lo mira con dulzura,
le
pide consuelo, que no sufra más por ella,
que
pronto saldrá el sol
y
secará el cristal, y las lágrimas de su rostro.
La
vida seguirá adelante
y
con solo pensarla ella estará ahí,
acariciando
su corazón herido.