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domingo, 9 de junio de 2013

CINCO PERFUMADOS JAZMINES por RAQUEL MATUZ PEÑA


    Presas en su boca las palabras  aguardan su turno para salir y decirlo todo. Muchos son los sentimientos y las cosas que  quiere expresarle: cómo se siente, que  la preocupa. Hablarle de la visita  de la tía Delia, del libro que le regalaron sus amigas, “las chicas”. Contarle  lo que se había estado acordando el otro día,  que el gato estaba comiendo poco, que el jazmín amaneció con cinco pimpollos nuevos.
   Está ansiosa por saber de él, de los chicos, de Bianca, del trabajo, decirle que lo quiere, que le gustaría que la visiten más seguido.
   Cada mañana antes de almorzar sale a la puerta a esperarlo. - Está muy ocupado siempre.- Se consuela,  cada vez, al ver que no llega. Otro tanto hace al atardecer  y así cada día repite el mismo ritual.
  - Tal vez son demasiado las cosas que quiero contarle y está siempre tan apurado. Solo le hablaré de lo más importante. De mi problemita de  salud, mejor no le hablo. Para qué preocuparlo.   
   Llegó a visitarla el domingo a última hora de la tarde. Se la veía contenta y entusiasmada. Sabía que como siempre, no tendría tiempo para escucharla.  Quería decirlo todo.  Él  la vio venir y se adelantó. - Mañana paso y mientras me sebas unos mates   hablamos. Pasé solo un ratito para  saludarte.  Se inclinó para darle un beso.
-¡Qué pena! No podré contarle que el jazmín amaneció con cinco  pimpollos nuevos. – Pensó  y la imagen de su único y tan querido hijo se  desdibuja y se pierde  confusa en los laberintos de su mente ensombrecida. El tiempo se detiene, el desconcierto le gana a la certeza,  la angustia a la alegría, la oscuridad a la luz.
   Las palabras  asustadas, convertidas en fantasmas escapan y se ocultan tras las cortinas para no ser vistas. La adversidad  cambia el color de la mirada y lo que ayer fue urgente, hoy es intrascendente.
  El lunes  al atardecer  la familia se reúne  en la casa. Y ahí están desconcertadas sus cosas: la silla vacía, el mate de cuero, los libros, el almohadón, el gato.  Cada rincón, cada cosa es un recuerdo, una reminiscencia que marca la ausencia. Trás la ventana, el jardín,  en él languidecen tristemente  cinco  perfumados jazmines.  Al verlos Samanta, la menor de sus nietas exclama: - ¡Qué lástima  no haberlos  visto!  Le hubiera gustado a la abuela  llevarlos al cielo. Ante esas palabras, la  silenciosa sombra que ocupa la silla vacía, sonríe.


domingo, 24 de febrero de 2013

EL TESORO por RAQUEL MATUZ PEÑA



Lo moja la lluvia, lo despeina el viento
Chapoteando en charcos, rescatando estrellas
de barro se ensucian sus zapatos nuevos.

En su blusa blanca de pura tafeta
el niño al descuido se limpia las manos
La madre se enoja, a mi me hace gracia.

En medio del patio, dentro del aljibe
se cayó la luna. ¡Tamaño percance!
Con un balde viejo y una cuerda larga
cual si fuera un mago, la saca del pozo.

Para que no escape y no tenga frío
con una frazada de flores azules
y un par de nubes que bajó del cielo
de noche la cubre.

Con sus zapatos sucios, su pelo revuelto
Con la cara roja y su balde viejo
Recorre las calles, recorre las plazas
La gente lo mira, lo mira y le dice:
- Niño, no seas tonto, tira ese balde roto,
Él se ríe y piensa:
­- ¡Qué tonta la gente no sabe
 que  llevo un TESORO!

Poesía publicada en EL OJO DEL CÍCLOPE


martes, 13 de diciembre de 2011

ABRIR PUERTAS por RAQUEL MATUZ PEÑA


Aún se despereza el sol en su cálido lecho, cuando Martina despierta. Es su primer día de jardín. Como toda novedad el hecho encierra ese halo de ilusión y misterio no develado. Es una aventura misteriosa, mezcla rara de fantasía y curiosa incertidumbre a descubrir.
Ansiosa y contenta a la vez, vive con alegría ese momento único e irrepetible. Su alborotado entusiasmo contagia. Media taza de leche chocolatada no bebida queda en el vaso.
Ya se ha puesto su flamante conjunto azul y ha colgado de los hombros sin ayuda, porque no la quiso las tiras de la mochila con la imagen de Kitty, que cubre su pequeña espalda. Dos prolijas trencitas la peinan y le dan un aire formal. Se siente grande e importante. Con un cálido abrazo y una sonrisa compinche se despide presurosa de la abuela.
Ya en la calle, nada la detiene. Camina apurada tomada de la mano de mamá y papá.
¡Al fin, llega! La vereda del jardín es un mar de niños. Le da gusto ver otros chicos, pero no los conoce y eso la inhibe ciertamente.
Una gran puerta de hierro cerrada, detiene su prisa y debe esperar. Enseguida se abre y entra. Al hacerlo, sus ojitos claros, color miel, brillan risueños ante los llamativos carteles con los personajes de sus cuentos favoritos. Globos, coloridas guirnaldas, payasos y juguetes, retractan la magia de un sueño infantil.
Pronto cambia su semblante. Con un beso, mamá y papá se despiden de ella y se van.
Sola, se encuentra frente a un mundo desconocido, lleno de extraños y siente ganas de llorar. La seño, atenta al menor detalle, lo nota, con ternura le da la mano y la conduce al interior de la salita.
-Vamos a jugar– le dice.
Con timidez se aferra a ella y se siente más segura.
Hoy, catorce años después y en su primer día de facultad, frente a la centenaria e imponente puerta de hierro, Martina evoca con dulce nostalgia aquel lejano momento y como antaño, experimenta la misma e inquietante expectativa. Más serena ya, pero con igual contenida emoción, ingresa al recinto junto al grupo de nuevos compañeros.

Texto publicado en "De puertas y ventanas"