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miércoles, 30 de abril de 2014

Sin título




“En realidad no era una cuestión de encuentro porque eso podría haber ocurrido en mil rincones de París”, en mil rincones de la profundidad del Danubio o en el único rincón del cuarto en el que él  miraba   por la ventana.
Como si el mirar por la ventana  le diese la posibilidad de verla cruzar la calle, encendiendo un cigarrillo en el mismo momento en el que él lo encendía  y así salir corriendo tras ella, bajar las escaleras con alas en los tobillos, para descubrir, al llegar al cordón de la vereda que ya se había ido, o que tal vez no había estado nunca cruzando la calle y que ese olor a tabaco ardiente, que dejaba la señal de su huidiza presencia, no le pertenecía, que era de otra persona que había pasado fumando, justo en medio de la calle, que tenía tanto olor a ella como tenía su recuerdo, como tenían los agujeros del toallón del baño a pesar de haber sido lavado varias  veces.
 Porque ella tenía esa costumbre, permanecía en cada cosa que hubiese tocado, en cada palabra recordada al azar o de tanto pensarla. De pensarla hasta no distinguir si era un recuerdo o una malformación de un recuerdo.
 Perpetuaba su boca pintada de carmín, con los labios semi separados, como si sus dientes fuesen tan largos que no le permitieran cerrarla  y el aire que le entraba y salía   por la hendidura de sus dientes,  produjera una música de violines en medio de un campo  de lavandas y de lirios, entonces su lengua los humedecía para resaltar el carmín, dándole la imagen más bella que jamás se hubiese atrevido a soñar.
Todo se esfumaba por un bocinazo en medio de la calle, el cigarrillo de su mano ya consumido, como si fuese un reloj de cenizas, le avisaba que había pasado el tiempo, y el cristal de la ventana  le mostraba su rostro, con una sonrisa enorme depositada en el campo de lavandas y lirios, que se desvanecía con la brisa de la realidad.
 Tal vez, ella, en alguna parte, estaría pintando su boca y recordándolo  con los cordones desatados y los jeans algo caídos, tal vez, le sonreiría al espejo, pondría el bello abrigo sobre sus hombros, y taconeando saldría a cenar, con alguna persona que seguramente tendría un  Dupont para darle fuego.
 Sintió el incansable ruido de sus pasos, que sonaban como llamadores de ángeles y de no tan ángeles, subiendo las escaleras  y un golpe suave sobre la puerta le hizo sentir que su corazón aún latía, se acomodó la remera y salió a abrir. Sólo su olor estaba en el porch.
 Ella, tenía esa costumbre, nunca terminaba de irse de los sitios en los que alguna vez había estado.


“En realidad no era una cuestión de encuentro porque eso podría haber ocurrido en mil rincones de París”
Julio Cortázar

miércoles, 20 de marzo de 2013

CON VARIOS PARES DE OJOS por PATRICIA TORRES




Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol, no siempre alcanza, por eso, a veces falta tener un árbol, plantar un libro, escribir un hijo.
Si fuese costurera hilvanaría mis palabras, les colocaría botones, les cosería lentejuelas  y les haría dobladillos, sabría cortarlas al bies, ponerles cierres, zurcirlas, bordarlas en la solapa y pespuntearlas para terminarlas en forma prolija. No conozco el oficio, escribí cosas que otras palabras no pueden remendar.
Comencé diciendo: El sol se pintó de verde y caminó sobre la línea que separa los cielos de la tierra. Usó al horizonte como cuerda floja y dejó que pase el día mientras se dedicó a ser equilibrista. Un loro parlanchín escondido entre el follaje le gritaba obscenidades, el sol en su deseo de alabanza las creyó un piropo. El mundo entero se confundió  y se paralizó ante semejante acto. El sol, que miraba con sus propios ojos creyó que le rendían pleitesía.
La idea se esparció y quedó inconclusa,  entonces comencé a desarrollar  otra que exponía: Una mujer tendida sobre su cama lloraba sin consuelo mientras otra le decía:” En estos tiempos ya nadie muere de amor, las mujeres no se desmayan porque el corsé no les quita el aire, ni se sonrojan por sentirse observadas,  un amor borra al anterior porque es saludable que así sea y la inmortalidad sólo le pertenece a los dioses que son sepultados en tumbas que se visitan cuando se visita el museo. Tampoco supe cómo continuar la idea.

Seguí buscando, siempre buscando, entre la gente, entre los lápices y las notas, entre las arvejas y las plumas de la almoada. Buscando la h que se escapó de mi almohada  y la h que Beatriz no encuentra en orfandad y que es lo único que le sobra al huérfano.
Buscando a pesar de todo y por lo que vendrá, mirando de reojo lo que ya se fue y corriendo para no volver atrás. Revolviendo las ideas para encontrar algo distinto, disfrutando de un vino, prendiendo otro cigarrillo, recordándote para olvidarte de nuevo y seguir hurgando en textos viejos para plagiarme, sin encontrar nada. ¡Con tanto por decir! No encontrar nada, o no encontrar cómo.
Es casi una herejía que induce a encender la hoguera que se alimentaba con brujas, entonces  recuerdo las brujas conocidas, las que curan el empacho, las que  dueñas del futuro acarician la esfera de cristal, las que se dedican a inventar historias y como una cosa lleva a la otra, vuelvo a la h que está al principio de hermano y a la l de lejos y a algún embrujo que pudo haber provocado dichas cosas.
Una vez conocí a un hombre  amigo de Sigmund  que tenía otra mirada, seguramente, él, me diría alguna cosa sobre el inconsciente y que en este texto, el preámbulo sólo es el camino, que mediante la palabra se llega a donde se quiere llegar y que si tanto me empeciné con la costura, tome una aguja, un hilo negro y cosa: embrujo, hermano, lejos y que sin lentejuelas ni canutillos, termine mi prenda.

Texto publicado en EL OJO DEL CÍCLOPE

lunes, 9 de julio de 2012

LIBERTAD EN EL ARCO IRIS por PATRICIA TORRES




Libertad en el arco Iris

“Dentro de mí estallaron ruidos secos
Caían a pedazos la furia, la tristeza”
Juan Gelman

Vi un ruido extraño refugiado adentro mío
busqué en los rincones.
Un bosquejo  borroso de  su cara
avisaba que ya no estaba,
que en su no presencia
seguía jugando a estar
en una ruedarueda sin pan ni canela.
Continué saltando la rayuela sin poder llegar al cielo
escuché un compilado de voces sonando
ella, dueña de un ruido silencioso,
llamaba a la paloma que imaginábamos sobre
la araña de caireles.
Inventaba refugios luminosos.
Con Krishnamurti sobre la mesa pintaba de violeta la casa,
nos teñía con las mejores tonalidades
No se maquillaba las uñas
porque los rayos de sus dedos las acuarelaban.
Y mi escoba que se creía obligada a barrer
todas las mugres del mundo
no se detenía a escuchar.
Como la escucho ahora que suena
todo el tiempo con olor a albaca
y gusto a chocolate caliente
que se mezcla con la oscuridad sin luna
que quedó  el día en el que se convirtió en recuerdo.
Se fue a desplegar sus alas junto a la paloma
que abandonó la araña de caireles.
Sigue estando.
Inventando islas flotantes
aunque ya no lea mis letras
ni siquiera éstas que son las primeras con su nombre.
O tal vez lo haga y yo lo ignore,
siempre tuvo esas virtudes
que sabía mezclar con pasta de almendras.
Supo convertir a la muerte en una farsa
y ubicarse en el arco iris
para volver luego de cada tormenta
convertida en el más brillante de todos sus colores.


                             Para Libertad Iris (mi mamá)

miércoles, 6 de junio de 2012

ERROR Y PUNTO por PATRICIA TORRES


“Leibnitz y la trascendencia del amor en Polinesia”
     Clarice Lispector
Corrí al cuarto para alejarme de las patas de las cucarachas.
Entre los pliegues del cubrecama una cucaracha se asomaba.
La escena de la cama extendida quedó inconclusa.
El oso de peluche sentado sobre la almohada subsiste sin lágrimas ni movimientos.
El aliento paralizado en el medio del suspiro marca la nostalgia de lo que jamás sucederá.
El aleteo de la cucaracha que no se resiste a la tentación y se acerca demasiado a la lámpara se reduce a dos láminas derretidas.
Volver a colocar los pies sobre las huellas de las pisadas marcadas en el barro, dan la pauta del nacimiento de un nuevo error.
Desandar los pasos, se convierte en una aventura imposible.
El laberinto del terror se rehúsa a mostrar una salida.
Evitar la lágrima, la pisada sobre la pisada y entrar al laberinto, son el camino más saludable, piensa el oso de peluche que se quedó sin lágrimas y con las alas quemadas, dejando inconclusa la escena de la cama extendida y a la historia de un amor en la Polinesia.

domingo, 25 de marzo de 2012

SIN CULPABLES por PATRICIA TORRES


Me adelanto en forma preventiva intentando tener una coartada convincente ya que supongo que se me pedirá en un aquí, ahora y con carácter de urgente, prepare un descargo y sin diccionario mediante, tendré que ponerme a escribir, por lo tanto, empezaré a ensayar para que esta situación no me tome por sorpresa. .
Comenzaré explicando en la manera que me sea posible, acorde a la cronología de los hechos acopiados en mi propio archivo mental (que carece detestigos).
Con seguridad, dicho orden, será por mí cambiado desde un principio.
Diré: Mi musa más querida se tiró por el barranco (este sería el final, como les previne, el orden ya está alterado).
Obligada por las circunstancias, deberé revelar hechos, que querría mantener protegidos, bajo el manto que me proporciona la privacidad pero, para liberar sospechas sobre mi persona, procederé a narrarlos.
Doy origen a mi primer escrito en la siguiente forma:
“Todo empezó hace tantos años que no podría precisar con exactitud cuantos. Conocí al amor en una tarde de febrero… (creo que no es necesario dar más detalles sobre el hecho). Seguí viaje con él a cuestas, a veces estábamos juntos pero la mayor parte del tiempo corrí detrás suyo sin poder
alcanzarlo, apareció, entonces, en otoño, esta musa, mi gran musa. Ella me dictaba cosas fantásticas, pero su inspiración, no brotaba de sí misma, también, se recreaba en el amor para poder manifestarse.
Un día, sin pensar en las consecuencias, cansada de perseguir al amor, de vivir para él, de estar pendiente de sus tan escasas demostraciones, resolví prescindir de sus servicios.
El intento fue inútil, se aparecía por todas partes, pero, me resultaba cansadora la repetida historia del desamor y del sufrimiento que dejaba después de haberme pasado cerca.
Estaba sentada al borde del barranco y lo vi aparecer en forma de recuerdo (¡se mimetizaba con tanta facilidad!), en un heroico acto de falsa valentía lo empujé y cayó. La musa, triste y desconsolada resolvió suicidarse. Por lo tanto no me culpen de su muerte, tan sólo de la primera soy responsable, la segunda…”.
Hice un bollo con el papel en el que estaba volcando mi defensa, ya que comprendí, que me estaría declarando culpable de la muerte del amor y comencé el segundo descargo que decía algo así:
“Salimos a caminar con el amor y mi musa más preciada, entre ellos se entabló una fuerte discusión, forcejearon cayendo al barranco y…”.
Volví a reaccionar al darme cuenta que no contaba con testigos y que en las ropas de ambos estarían las huellas que dejaran marcadas mis manos al empujarlos, igual me vería involucrada en el doble crimen, hice otro bollo con el segundo papel que tiré por el profundo, negro y tenebroso barranco en ausencia de un cesto de papeles.
Intentaba pensar mi accionar ante esta situación, que sin dudas sería extrema y se me preguntaría con insistencia sobre la desaparición de ambos.
Entonces, escribí mi tercera y última nota.
Lo hice, sabiendo que alguien iba a encontrarla, como no quería que recayeran sospechas sobre ningún ser, la clavé a un árbol cercano con el cuchillo que llevaba preparado para asesinar al amor y a mi musa, en caso de no poder empujarlos haciéndolos caer por el barranco… y decía: “El amor resolvió irse después de haber sido esquivo durante años, nadie lo mató, ni sepultó, simplemente se marchó a un lugar donde yo no lo pudiera encontrar y mi musa, que no sabe vivir sin él, ya que en su ausencia se queda sin palabras y una musa sin palabras deja de ser musa, decidió seguirlo hasta donde fuese necesario y yo, que sin amor y sin mi musa más querida no soy nada, me tiré por el barranco”.