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sábado, 31 de mayo de 2014

OCTUIBRE EN PARÍS Y LOS AMANTES por MARÍA ELENA FUSTER



El avión aterrizó y la mujer, joven aún, al poner sus pies sobre el suelo de París dejó atrás todo aquello que le incomodaba en la vida.
El verano había dado paso al otoño y las callecitas de París estaban tapizadas con las hojas que ya empezaban a caer de los altos árboles y el viento las hacía enredar a los pies de la joven dándole su bienvenida.
Ella sintió que sería inmensamente feliz junto a su buen amigo parisino y amante fiel que la estaba esperando en el mismo aeropuerto.
Al verlo hundió sus ojos en los de él, quién le prometió que, "Vivirían esos siete días sin tropiezo y que serían inolvidables para su amor en la bella París" y al reencontrarse sus bocas en el beso y al juntar sus cuerpos en el abrazo interminable, sintieron en sus almas subir nuevamente las chispas de la ternura del amor que siempre estuvieron intactas.
Juntos, con todo el tiempo sólo para ellos dos y tomados de las manos fueron por esas calles en las que Dios puso todo su brillo y color en el paisaje parisino.
Se  miraban como si el tiempo no hubiese pasado y enlazado el brazo de él sobre el hombro de su compañera llegaron al amarradero del río Sena, casi frente a la torre Eiffel, la cual se veía "Magnífica" en su estructura de hierro, erguida e inmune al paso del tiempo, vigía celosa de esa ciudad milenaria llamada con justeza la "Ciudad luz" y que se extendía orgullosa a sus pies.
Quedó ella esperándolo, mientras él cruzaba la calle en busca de algo fresco para tomar y al dar la vuelta, hacia el reencuentro la vio apoyada en la cerca del puente y se preguntó.
- ¿Será acaso la misma Maga? ¿La de la novela aquella del escritor Cortázar que tanto me impactó? La miro y vuelvo a recordar aquel párrafo -tal vez no exactamente con aquellas mismas y bellas palabras- y como yo la veo en este mismo momento, para mí, es la Maga...
"Ya su silueta delgada a veces andando de un lado a otro, a veces apoyando su cuerpo en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y madame Leoni, que mirándome la mano que había dormido con tus senos, Maga, me repitió casi tus mismas palabras. ¡Ella sufre en alguna parte, siempre ha sufrido! Es muy alegre, adora el amarillo, su pájaro es el mirlo, su hora la noche, su puente, el Pont des Arts"
Y así, sonriendo y con una botellita de agua en cada mano, cruzó la calle pensando que él era Horacio Oliveira y ella la Maga que lo esperaba y se fundieron en un solo cuerpo.
Después hicieron la cola reglamentaria como antaño y subieron al Ferry Marítimo Parisiens, que comenzaba a desplazarse por las aguas tranquilas del río.
Se deslizaban entre la bruma mañanera por todo el interior y el principio del corazón de París y cual chiquilines gozosos, reían de la aventura y presagiaron que tendrían un día espléndido y venturoso.
Vieron asomar delante de ellos ese paisaje urbano que inspiró e inspira siempre a músicos, pintores y poetas que cantaron y plasmaron en sus cantos, telas y escritos, tantas y tantas odas al amor y que tantos sueños legaron a las gentes y bajaron para caminar libremente y siguieron su camino mirando las doradas estatuas de bronce del puente Alexander tercero y el romántico Pont des Arts -Puente de las Artes- donde caminaron y se amaron toda vez que se reunían en París.
Abrazados y como siempre les sucedía, "el asombro", por más que ya habían hecho ese mismo recorrido el tiempo suficiente para no sorprenderlos, estaban nuevamente allí, recorriendo con la mirada el mítico puente Saint Louis y Notre Dame que radiantes, se acercaban  o alejaban según desde uno los mire, y les causaba placer y gozo el verlos y nuevamente el beso despertando sus ansias de amor.
Y volvieron a besarse con la dicha que resbalaba por sus cuerpos y así, simplemente se sentaron a una mesa, con una sombrilla de rallas verde, roja y blanca y sintieron que estaban protegidos de los ojos indiscretos que pudieran verlos y mirándose a los ojos descubrieron que todo el amor que se sentían estaba intacto y él con los dedos de su mano recorría el perfil de la cara de ella deteniéndose unos segundos en sus ojos suavemente cerrados y los dedos bajaron por la nariz y al detenerlos en el contorno de la boca fragante encontraron lo que buscaban, esos labios entreabiertos de los cuales un suspiro se escapaba y la mano no se detenía, avanzaba y seguía su camino, como si la caricia dibujara ondulados estremecimientos en el amado cuerpo y al abrir ella sus ojos y encontrar los de él que la miraban embelesados rió feliz, como nunca feliz y sus bocas se encontraron y hubo un solo sabor dulce y se cerró la brecha, siendo una boca única, jugosa y fragante.
¡A esa hora de la mañana, en ese boulevard casi desierto, bebieron un vino blanco espumante que les hizo cosquillas en la nariz y rieron a carcajadas, alegres y felices por ese momento tan único e íntimo; comieron ostras  junto con el vino que los hizo marear un poco pero, dichosos por lo que les ocurría siguieron por su senda!
"En París se vibra y se vive el arte por cualquier lugar donde uno vaya. Es como un gran teatro y un gran museo a cielo abierto".
Treparon por las callecitas de Montmartre que es también el barrio de la Basílica del Sacre Coeur -Sagrado Corazón- La cima de la colina y la escalinata resultó ser un mirador fantástico para gozar el bellísimo París que se hallaba a sus pies y ellos lo hicieron, admiraron la ciudad desde allí y luego...
Entraron a la Basílica y confirmaron nuevamente frente al altar mayor su juramento de amor, dejando en el olvido por una semana la historia triste que los precedía.
¡Y sí¡ Ellos estaban embriagados de amor, de ese amor que gozarían durante siete días y siete noches y en donde en ese preciso momento el ayer quedaría fuera de sus vidas por siete días completos, y era lo único que les importaba en esos momentos, sentían que  un cerco invisible envolvía a la bella París y que la ciudad toda, se brindaba para ellos dos solamente y esa brisa suavecita los acariciaba protegiéndolos, lo mismo que las hojas que al caer desmayadas, los rozaban haciéndoles presentir que el tiempo sigue su marcha y a veces es tirano, ¡ellos lo sabían!, pero harían que la duración de sus siete días se prolongase con la misma complicidad del tiempo y se eternizase en sus almas por siempre. 
Deambularon tomados del brazo por callecitas y placitas coloridas charlando animadamente y a veces se quedaban callados tratando de guardar en sus mentes los pasajes únicos de esos días.
Iban viendo a su paso -por el Boulevard Montmartre- pintores con sus atriles dispuestos que les ofrecían pintarlos en una escena idílica y se miraron y sonrieron por lo absurdo de la situación.
Cruzaron el Arco del Triunfo y caminaron abrazados por Champs Élysees y la Place Vendome, mirando las vidrieras de la Rué Rivoli donde el galán entró y compró un dige, un corazoncito de oro rojo -rojo como la sangre ardiente que les corría por las venas- que colgaba de una cadenita y puso al cuello de ella diciéndole.

-Es para que siempre que pases tu mano sobre ese dige sientas a mi propia mano sobre de tu corazón que te acompaña y abriga con el amor intenso que guardo para vos-
A lo cual ella le respondió.
- ¿Sabes amor mío que cada uno de los minutos vividos en nuestra vida conforman la esencia de lo que somos y todo está guardado en nuestra memoria? Yo reniego de lo vivido antes de conocerte, lo he enterrado en el fondo de mi interior aunque sé, que inevitablemente, aunque no lo queramos, nos esperan cosas que tendremos que vivir o morir por ellas. Y te digo ahora y lo juro, desde que te conocí mi esencia sólo se alimenta del amor que vos me das en cada segundo que estamos juntos y me alcanzan justo para sobrevivir hasta el momento de volver a reencontrarnos y verte.
¡A veces, todos hacemos esas cosas impensadas en nuestro diario vivir!
   
Dedicaron parte de la tarde a recorrer el Louvre y se quedaron quietos y juntos los dos frente al cuadro de la "Gioconda", era difícil describir las sensaciones que sintieron al ver el cuadro de Leonardo da Vinci. La imagen de esa joven que los miraba con sus ojos melancólicos y cómplices y la sonrisa más enigmática y misteriosa que hacía parecer  que fuera, una mujer o un adolescente con su cuerpo brindando esa sensación de desgano de doncella o un joven, una u otro, amanecidos al amor con el esfumado y tenue paisaje implicado en el misterio. ¡Tal vez todo fuera un mito!... Pero al joven lo impulsó a estrechar fuertemente a la mujer que lo acompañaba.  
Y luego visitaron la bella e inmensa Notre Dame, con sus enormes columnatas y vitrales increíbles y luego vagabundearon contentos por el Boulevard Saint Germain y entraron a curiosear por las librerías del Barrio Latino.
Se hizo el anochecer y en París ¡La noche siempre es mágica!
Guiados por el olfato se sentaron a comer en un bodegón pequeño e íntimo en la calle Saint Andres des Pres, donde sentían que eran la pareja mejor formada de todo París, que se amaban más allá  de la distancia y de los rigurosos siete días impuestos y estaban regocijados, como si el tiempo hubiera retrocedido y volvieran a revivir su encuentro en los jardines  del Palacio de Luxemburgo, donde se conocieron.
 Ambos traían una historia detrás muy difícil de sortear -que no se ha de contar acá por no ser el momento- pero les bastaba sólo una semana en Octubre y en París, para derrotar -año a año- al destino con sus propias armas.
Al regresar hacia el hotel "Le Clemont" que los hospedaba, el cual, desde el inicio de lo verdadero de su historia fue como un testigo fiel y consecuente para hospedarlos, y sentían que ese cuarto de hotel era su hogar en París, donde eran cobijados sin reserva alguna por Monsieur y Madame Charrade, los dueños, que no tenían hijos y ellos con su amor los representaban.
Y en el camino de retorno volvieron a pasar debajo del "Arco del Triunfo" y pusieron una flor en la tumba de Napoleón Bonaparte conmovidos por tanta historia.
Y más tarde aún, con sus mejores galas y bajo ese cielo de París tachonado de estrellas, que les daba la sensación de que, "la ciudad luz" brillaba sólo para ellos dos, entraron al "Moulin Rouge" y allí volvieron a brindar con una "Champaña" burbujeante, ¡Por la vida y por el amor!
Y en ese momento único e irrepetible de sus vidas, del pasado y todo lo que sufrieron y  sufren y llevaba con él, quedó atrás, y del presente, sólo les importaba, esos pequeños momentos que ambos, tratarían de retener en la caja misteriosa en donde se guardan los pasajes buenos de la vida, los otros, los no tan buenos, los desecharán.
Juntos y abrazados, como bebiendo uno del cuerpo del otro ser absorbiendo sus deseos, con la noche parisina cómplice de su aventura que los cobijaba con su manto protector, retornaron al pequeño hotel de ese suburbio de París donde por tantas veces los vio llegar con su amor a cuestas que revelaba el peso liviano de sus culpas al hacerse dueño uno del otro. Y más luego, mañana, pasado el mañana, al otro día y al otro, por siete noche exactas las callecitas de París los verán pasar con su alegría desbordante y el amor consolidado en una sola alma y en un solo sentir. 
Más adelante, cuando la mujer ya no esté en París y se haya despedido de su amante fiel y octubre quede atrás, por las noches, cuando el trajín incesante del día le de un respiro,  en el silencio profundo que sólo ella escuchará, volverá a sacar, por siete veces, en siete noches, las reminiscencias que estaban guardadas en el arca de los recuerdos absolutos, y pasará su mano por su cuello y al rozar la cadena de la cual pende la figura de un corazón rojo, sentirá que él está allí, junto a ella y esperará en la hondura de sus sentidos que nuevamente llegue otro "Octubre en París".




martes, 23 de julio de 2013

MUJER BUTTERFLY por MARÍA ELENA FUSTER


El hombre amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas y ningún objeto le parecía tan real como aquello que en su imaginación veía.(*)
    Hiromu  respondía en un todo y en mucho más a "Las diez mil cosas" como en China llaman al mundo. Hijo del sol, ser excelente en todo, ensoñador y anheloso.
    La esposa de Hiromu era frágil, delicada como la flor del loto, pero clara como un cristal que nunca oscurece o una imagen que siempre nos protege y se desplazaba por la casa como si flotase en el aire y su kimono de colores apagados como las cenizas de una muerta hoguera ceñía su cintura, ¡Pequeña flor condenada a vagar por el patio con jazmines, camelias y otras tantas cosas!
    Solos los dos vivían en la casa pintada de azul, de un azul tan azul, como el zafiro y persianas de tela de arroz con sus paisajes y senderos de flores, qué al cerrarlas, al avanzar el crepúsculo todo quedaba envuelto en una intimidad silenciosa; habitaban la casa junto con el ciruelo que estaba en medio del jardín de las "Fragancias floridas"
    ¡El ciruelo!
    Aún añejo, daba pequeñas flores rosadas y cuando llegaba la época de cosechar sus frutos, el patio del jardín se cubría de morado y se teñían las sandalias de Hiromu al pisar las ciruelas caídas.
    Hiromu amó apaciblemente a aquella mujer escogida por sus padres, pero, con un amor sumiso, el cual no le proporcionaba el placer de verla tal cual se ve aquello que a los ojos de él, reflejaba la belleza de lo creado en lo íntimo de su ser.

    Un día, entre las nubes del poniente que bordeaban el jardín, Hiromu descubrió entre las ramas del ciruelo aferrada a una de sus hojas, una pequeñísima larva, insignificante como un huevito listo para evolucionar; Entonces Hiromu, cansado ya de un municipio donde nadie podía enseñarle ningún secreto de belleza o fealdad, se dedicó con ansias y placer a dar vida a ése capullo que pendía de unos hilos de seda colgado cabeza abajo y lo comparó a una mujer joven que dejara secar sus cabellos brillosos de la misma manera.
    Lo primero que hizo Hiromu fue cubrir todo el ciruelo con una malla fina para proteger a la larva de los depredadores -arañas y avispas- y se dedicó diariamente a observar el cambio diario de semejante maravilla.
    Hiromu vio como la criatura permanecía externamente inactiva pero en su interior ocurrían los más diversos y maravillosos cambios, ¡Y de pronto!...
    Poco a poco fue transformándose y la metamorfosis realizada dejó a Hiromu falto de asombro para asimilar lo que en varias semanas después se presentó ante sus ojos.
    Después de un mes, más o menos, Hiromu vio como ése capullo aparentemente inactivo cobraba vida propia, la crisálida cambió de color, se desplazaba por toda la rama verde y se alimentaba de las hojas tiernas del ciruelo esperando el día en que se transformaría en el último estadio de su ser.
    La obsesión de Hiromu por ver aparecer la Butterfly en toda su belleza de forma y color, le hacía olvidar sus obligaciones de esposo y dueño de casa y con sorpresa descubrió que su casa ya no era de un color azul brillante como el creía, sino, que le parecía un tugurio del color verdoso de algo a punto de echarse a perder.
    Hiromu hablaba con el insecto como si sus palabras fuesen el alimento que ella necesitaba para crecer, contándole todas sus peripecias y emociones, creyendo que la misma oruga lo escuchaba y que posaba sus minúsculos ojos en los suyos asintiendo con la mirada, con los sentimientos de Hiromu.

    Pasaron tres o cuatro semanas:
    Se levantó Hiromu aletargado con el sopor  normal del sueño, era mañana temprana, los colores del alba reavivaban el jardín y las hojas del ciruelo empujadas por la brisa que al mecerlas crearon con su movimiento una increíble melodía y se veían mucho más frescas y lozanas; Hiromu corrió al jardín a ver a su crisálida y al levantar su mirada contempló a una espléndida mujer Butterfly detrás de la malla fina.
    Hiromu  descubrió a una mujer tan bella como un naranjo en flor, la miró como si de la mujer partieran "diez bifurcaciones" que lo llevaban desde el corazón de ella hasta su propio corazón y cada bifurcación lo transportaba por un camino distinto de sensaciones y se preguntaba ¿existe un alma inmortal dentro de ésa figura bellísima o si solo es un animal con el color de las flores?
    Y en su imaginación la envolvió en un cinturón de seda y la metamorfosis a la cual se sometió la larva, la convirtió en todo el esplendor de una mujer mariposa con sus alas radiantes de luz, que enmarcaba los matices multicolores e irisados que desplegaba en su vuelo elegante y rápido y en sus abundantes planeos; Y él, el hombre, sentía que ella, la mujer mariposa se iba alejando lentamente y supo en lo hondo de sus sentidos que debía alcanzarla antes de que la perdiera para siempre.
    Y al ir detrás de su ilusión, de la musa de su inspiración, Hiromu cruzó vados fangosos que atenacearon como garras sus entrañas al no poder atraparla en su desplazamiento.
    Llegó a confines lejanos, países exóticos e inverosímiles, selvas tropicales y  desconcertantes y cuando él llegaba, ella ya había partido desplegando sus alas.
    Habló lenguas extrañas que lo confundieron, por la desconocida preguntó pero, nadie nunca la vio.
    Se introdujo por las nueve aberturas del mundo donde todo era hermoso, insólito y absurdo, bajó a los infiernos por pasajes oscuros y profundos, más de "mil vidas" vivió, a más de "mil peligros" subsistió y a más de "mil muertes" resucitó y muchas más que "mil curvas" recorrió.

    Butterfly, mientras tanto, revoloteaba por bosques milenarios de muchos inviernos adormecidos, y ella, -la mujer mariposa- suavemente posada en la cima de la alta colina, aleteaba  sus soberbias alas. Tal vez hubo surcado las más de "diez mil millas del mundo" y quizás; también hubo esperado que sus energías ya se hubieran agotado en el traspaso hecho hacia el "Portal de la vida".
    Y él, Hiromu, gozoso de placer, hasta allí  mismo arribó creyendo encontrarla, pero ella, veleidosa, ya no estaba.
    En el desvelo de su alma, desesperado, en la hoguera de una llamarada se quemaba.
    ¡Jamás pudo alcanzarla!
    ¡Y por fin!...
    Al despertar en el delirio del sueño, al conocer que no es verdad lo que creemos verdadero, le decepcionó el saberlo, y al mirar hacia su costado vio que junto a él, estaba el otro yo de su propio ser.

    Y el hombre aquél que amaba la imagen de las cosas y al descubrir que la mujer mariposa que tanto buscó, ya era suya desde siempre, sonrió.

 (*) Frase extraída del cuento "Cómo se salvó Wang Fo" de Margueritte Yourcenar.


domingo, 16 de junio de 2013

SEMEJANTE A MÍ por MARÍA ELENA FUSTER (poesía erótica)


Rompe los muros temporales
este ser de ojos amanecidos,
fundiéndose en el aurora de la mañana
como manantial que se alimenta a sí mismo.
Ojos como luceros ardientes,
abismándose en la gloria del deseo.
Mi hombre
boca de lirio perfumado,
que al besarme, funde en mi hálito el beso
De ojos como brasa encendida
derritiéndose en el rescoldo de mi hoguera.
Mi hombre
con sexo de seda afelpada
encendiendo el principio de mi esencia,
que sube desde lo más hondo de mí.
Es, como león proceloso acosándome
en la eternidad del comienzo.
Sus manos apresuradas como
caballos desbocados, palpando
y recorriendo las lomadas de mi cuerpo.
Las manos de mi hombre
son palomas aleteando entre las mías.
Recorren el sendero como río que busca su cauce
y hacia el final del camino,
aquello que no cedía a su estoque frenético
como bálsamo nutriente, rebasa mi ser.
Mi vientre de manceba amanece,
mis muslos trasnochados descienden nocturnos,
sosegados, perfumados hasta el elixir que se derrama,
hondo, intenso, profundo.
Ya sólo él me habita, sólo él, sin nombre.
                                           

Posdata... el día 14-05-2013- Es decir, ayer, leí éste poema mío - Estamos leyendo a Octavio Paz y su poesía erótica-  realmente me sentí gratificada por el aplauso general que me brindaron todos mis compañeros de taller, incluso Marcela mí Profesora y amiga.  
La poesía erótica es uno de los géneros que más me gusta y en el cual me siento cómoda al reflejar todo mi interior que es rico en imágenes que me brindó ese ser amado con el cual compartí y enriquecí mi potencial del amor.



sábado, 9 de febrero de 2013

LA VEJEZ Y EL SILENCIO por MARÍA ELENA FUSTER


                                                                                                                                                      
            A veces, el silencio nos intimida con la maraña de pensamientos que habitan en nuestro cerebro y son torbellinos que aparecen y con ellos la angustia del paso del tiempo pero, si nos ponemos a reflexionar y vemos las cosas desde otro horizonte, con otros ojos o con otra mirada, puede parecernos sorprendente lo que vemos y sentimos dentro de nuestro ser, algo que, por más pequeño que sea se mueve y uno comprende que las cosas van cambiando pero, no son las cosas que cambian, somos nosotros mismos que poco a poco vamos avanzando por ese largo camino que aún nos falta recorrer. 
           ¡Ah, el silencio! Qué intenso puede resultar cuando entre palabras dichas así nomás, lo que más pesa es lo que no se ha dicho, aquello que ha sido conjurado por una alusión, una diagonal de nada, un punto final, donde no sobran ni son necesarias más palabras elegidas.
           Donde lo extraño y el abismo aparecen de la manera menos  pensada, tener la sensación de haber llegado irremediablemente tarde entre el cansancio del deseo y el vitalismo de la prosa. A veces, la vejez se ve a la distancia con otra mirada, como una jaula en la que sólo el deseo permanece joven y se repite una y otra vez la idea de que el tiempo pasado nos extraña y no es verdad. El tiempo enajena y la vejez - a la distancia - es siniestra.
          Más bien regresar es lo que se desea, desandar el camino de regreso a casa, como una meticulosa tejedora que desenreda una madeja de lana envuelta en una maraña, sin pensar que el camino de regreso a una tierra del pasado, el mismo tiempo la ha hecho ilusoria y fantástica, que tal vez nos brinde un cierto ardor incandescente en el corazón pero, no más que eso porque...
         Desandar es deshacer, es negar el camino de ida. Qué bello y armonioso puede llegar a ser el camino por más corto o largo que sea subiendo peldaño a peldaño hacia lo alto, donde la vejez no pesa, y se recorre a pie gozando lentamente, como si fuesen capas superpuestas, cálidas e hipnóticas, que a modo de brujería misteriosa nos son develadas como una pintura encantada, como un gran misterio escondido en un paraíso de formas y colores alucinógenos. Oír los sonidos que ascienden leves y coordinados y nos parece una voz a través de la cual se puede pensar la realidad,  reconocer las emociones y las tensiones secretas de las personas, entender el "por qué" y el "cómo" de las cosas con el mismo deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez.
        Entonces, la vejez - a la distancia - se verá con otra mirada, esa mirada deslumbrada que nos hace sentir que hemos alcanzado la libertad absoluta de nuestro espíritu donde el recorrido que nos espera es el de ver, hablar, sentir y obrar de forma absolutamente emancipada y desde allí en más, ¡Con la mirada puesta en el punto final, luminoso, del camino que tarde o temprano deberemos recorrer!

 Texto publicado en "EL OJO DEL CÍCLOPE"


domingo, 18 de noviembre de 2012

BREVE RESEÑA POR MARÍA ELENA FUSTER


Talleres Literarios Centro Cultural Cine Lumiere

Centro Municipal Distrito Noroeste "Olga Cossettini"

 
                    Secretaría de Cultura y Educación

                    Municipalidad de Rosario

                    Coordinadora: Marcela Prosperi. Año 2012

 
14-11-2012. En este día se cerró la actividad del taller que por cerca de ocho meses y posiblemente más de sesenta y cuatro horas, novecientos ochenta minutos y muchos, muchos segundos, tantos como para hacernos emocionar e incluso tratar de esconder disimuladamente detrás de un sonrisa una lágrima que caprichosamente se empeñaba en aparecer. Las vivencias, día tras día, hora tras hora y segundo a segundo provocaban en todos nosotros sensaciones inimaginables, despertándonos el  utópico imaginario que más de uno mantenía oculto en un rescoldo de la memoria y que Marcela, nuestra profesora -con paciencia, sabiduría y cariño- consiguió que aflorara y los resultados pueden verse en la revista anual que lleva el nombre de "El ojo del cíclope" donde puede verse y leerse que los trabajos, desde el primero al último, derraman lo que cada uno de nosotros dejó fluir desde nuestra imaginación, el ideal más quimérico guardado celosamente en el arcón de nuestra memoria que refleja todo lo maravilloso que es poder derramar sobre una hoja de papel en blanco todo aquello que hace feliz a un ser humano y que es nada más y nada menos, que la comunicación con otro ser.
Por último, brindamos por el año transcurrido, agradecimos a todos aquellos en que de forma unánime en menor o mayor medida nos han apoyado permanentemente. A la señora Directora del centro Cultural Cine Lumiere, Silvana Schulze, a Cristina y a Vilma, que siempre estuvieron por si necesitábamos algo y contentos y felices, también con un poco de nostalgia, nos despedimos hasta el año que viene, a la misma hora y en el mismo lugar.

Maria Elena.