martes, 13 de diciembre de 2011

ABRIR PUERTAS por RAQUEL MATUZ PEÑA


Aún se despereza el sol en su cálido lecho, cuando Martina despierta. Es su primer día de jardín. Como toda novedad el hecho encierra ese halo de ilusión y misterio no develado. Es una aventura misteriosa, mezcla rara de fantasía y curiosa incertidumbre a descubrir.
Ansiosa y contenta a la vez, vive con alegría ese momento único e irrepetible. Su alborotado entusiasmo contagia. Media taza de leche chocolatada no bebida queda en el vaso.
Ya se ha puesto su flamante conjunto azul y ha colgado de los hombros sin ayuda, porque no la quiso las tiras de la mochila con la imagen de Kitty, que cubre su pequeña espalda. Dos prolijas trencitas la peinan y le dan un aire formal. Se siente grande e importante. Con un cálido abrazo y una sonrisa compinche se despide presurosa de la abuela.
Ya en la calle, nada la detiene. Camina apurada tomada de la mano de mamá y papá.
¡Al fin, llega! La vereda del jardín es un mar de niños. Le da gusto ver otros chicos, pero no los conoce y eso la inhibe ciertamente.
Una gran puerta de hierro cerrada, detiene su prisa y debe esperar. Enseguida se abre y entra. Al hacerlo, sus ojitos claros, color miel, brillan risueños ante los llamativos carteles con los personajes de sus cuentos favoritos. Globos, coloridas guirnaldas, payasos y juguetes, retractan la magia de un sueño infantil.
Pronto cambia su semblante. Con un beso, mamá y papá se despiden de ella y se van.
Sola, se encuentra frente a un mundo desconocido, lleno de extraños y siente ganas de llorar. La seño, atenta al menor detalle, lo nota, con ternura le da la mano y la conduce al interior de la salita.
-Vamos a jugar– le dice.
Con timidez se aferra a ella y se siente más segura.
Hoy, catorce años después y en su primer día de facultad, frente a la centenaria e imponente puerta de hierro, Martina evoca con dulce nostalgia aquel lejano momento y como antaño, experimenta la misma e inquietante expectativa. Más serena ya, pero con igual contenida emoción, ingresa al recinto junto al grupo de nuevos compañeros.

Texto publicado en "De puertas y ventanas"

domingo, 11 de diciembre de 2011

PUERTAS por NORMA MANZINI


Hoy las puertas son blindadas, fuertes por la inseguridad en que se vive.
Antes las puertas si su material era madera, eran labradas, talladas, bellísimas.
Si eran de hierro, sus trabajos de orfebres, lucían y engalanaban la edificación.
Cuántas puertas habremos cruzado, unas lindas, otras más simples, pero cada una guarda un secreto de vida, de sus habitantes.
En una escuela secundaria daban clases en un gallinero y esa puerta era lastimera, sin embargo, nadie se quejaba por ello, ni los alumnos, ni de frío o calor, ni los grandes profesores que amaban su profesión y se esmeraban por enseñar.
Otras puertas son sublimes, pesadas, con esculturas, como las de las iglesias, que se abren para recibir a los jóvenes ilusionados que buscan la protección divina, para seguir juntos y felices.
Otras puertas se cierran detrás de alguien que se va para siempre y deja un halo de angustia en los corazones abandonados.
Otras se cierran porque esa casa va a ser demolida y se van, las pobre quién sabe adónde, a un desarmadero o a un volquete. Se sienten olvidadas y tristes porque ya no van a cumplir con el objetivo con que fueron hechas.
A algunas puertas, quisiéramos abrirlas de nuevo, pero de otras, no nos queremos ni acordar.
Pero todos tenemos una puerta que al cerrarse cobija a una familia. Simples seres humanos, tienen todo lo que quieren ahí, su mujer, su hombre, su hijo y su alegría de vivir.

Texto publicado en "De puertas y ventanas"