El hombre
amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas y ningún objeto le
parecía tan real como aquello que en su imaginación veía.(*)
Hiromu respondía en un todo y en mucho más a "Las
diez mil cosas" como en China llaman al mundo. Hijo del sol, ser excelente
en todo, ensoñador y anheloso.
La esposa
de Hiromu era frágil, delicada como la flor del loto, pero clara como un
cristal que nunca oscurece o una imagen que siempre nos protege y se desplazaba
por la casa como si flotase en el aire y su kimono de colores apagados como las
cenizas de una muerta hoguera ceñía su cintura, ¡Pequeña flor condenada a vagar
por el patio con jazmines, camelias y otras tantas cosas!
Solos los
dos vivían en la casa pintada de azul, de un azul tan azul, como el zafiro y
persianas de tela de arroz con sus paisajes y senderos de flores, qué al
cerrarlas, al avanzar el crepúsculo todo quedaba envuelto en una intimidad
silenciosa; habitaban la casa junto con el ciruelo que estaba en medio del
jardín de las "Fragancias floridas"
¡El
ciruelo!
Aún añejo, daba
pequeñas flores rosadas y cuando llegaba la época de cosechar sus frutos, el
patio del jardín se cubría de morado y se teñían las sandalias de Hiromu al
pisar las ciruelas caídas.
Hiromu amó
apaciblemente a aquella mujer escogida por sus padres, pero, con un amor
sumiso, el cual no le proporcionaba el placer de verla tal cual se ve aquello
que a los ojos de él, reflejaba la belleza de lo creado en lo íntimo de su ser.
Un día,
entre las nubes del poniente que bordeaban el jardín, Hiromu descubrió entre
las ramas del ciruelo aferrada a una de sus hojas, una pequeñísima larva,
insignificante como un huevito listo para evolucionar; Entonces Hiromu, cansado
ya de un municipio donde nadie podía enseñarle ningún secreto de belleza o
fealdad, se dedicó con ansias y placer a dar vida a ése capullo que pendía de
unos hilos de seda colgado cabeza abajo y lo comparó a una mujer joven que dejara
secar sus cabellos brillosos de la misma manera.
Lo primero
que hizo Hiromu fue cubrir todo el ciruelo con una malla fina para proteger a
la larva de los depredadores -arañas y avispas- y se dedicó diariamente a
observar el cambio diario de semejante maravilla.
Hiromu vio
como la criatura permanecía externamente inactiva pero en su interior ocurrían
los más diversos y maravillosos cambios, ¡Y de pronto!...
Poco a poco
fue transformándose y la metamorfosis realizada dejó a Hiromu falto de asombro
para asimilar lo que en varias semanas después se presentó ante sus ojos.
Después de
un mes, más o menos, Hiromu vio como ése capullo aparentemente inactivo cobraba
vida propia, la crisálida cambió de color, se desplazaba por toda la rama verde
y se alimentaba de las hojas tiernas del ciruelo esperando el día en que se
transformaría en el último estadio de su ser.
La obsesión
de Hiromu por ver aparecer la Butterfly en toda su belleza de forma y color, le
hacía olvidar sus obligaciones de esposo y dueño de casa y con sorpresa
descubrió que su casa ya no era de un color azul brillante como el creía, sino,
que le parecía un tugurio del color verdoso de algo a punto de echarse a
perder.
Hiromu
hablaba con el insecto como si sus palabras fuesen el alimento que ella
necesitaba para crecer, contándole todas sus peripecias y emociones, creyendo
que la misma oruga lo escuchaba y que posaba sus minúsculos ojos en los suyos
asintiendo con la mirada, con los sentimientos de Hiromu.
Pasaron
tres o cuatro semanas:
Se levantó
Hiromu aletargado con el sopor normal
del sueño, era mañana temprana, los colores del alba reavivaban el jardín y las
hojas del ciruelo empujadas por la brisa que al mecerlas crearon con su
movimiento una increíble melodía y se veían mucho más frescas y lozanas; Hiromu
corrió al jardín a ver a su crisálida y al levantar su mirada contempló a una
espléndida mujer Butterfly detrás de la malla fina.
Hiromu descubrió a una mujer tan bella como un
naranjo en flor, la miró como si de la mujer partieran "diez bifurcaciones"
que lo llevaban desde el corazón de ella hasta su propio corazón y cada
bifurcación lo transportaba por un camino distinto de sensaciones y se preguntaba
¿existe un alma inmortal dentro de ésa figura bellísima o si solo es un animal
con el color de las flores?
Y en su
imaginación la envolvió en un cinturón de seda y la metamorfosis a la cual se
sometió la larva, la convirtió en todo el esplendor de una mujer mariposa con
sus alas radiantes de luz, que enmarcaba los matices multicolores e irisados
que desplegaba en su vuelo elegante y rápido y en sus abundantes planeos; Y él,
el hombre, sentía que ella, la mujer mariposa se iba alejando lentamente y supo
en lo hondo de sus sentidos que debía alcanzarla antes de que la perdiera para
siempre.
Y al ir
detrás de su ilusión, de la musa de su inspiración, Hiromu cruzó vados fangosos
que atenacearon como garras sus entrañas al no poder atraparla en su
desplazamiento.
Llegó a
confines lejanos, países exóticos e inverosímiles, selvas tropicales y desconcertantes y cuando él llegaba, ella ya
había partido desplegando sus alas.
Habló
lenguas extrañas que lo confundieron, por la desconocida preguntó pero, nadie
nunca la vio.
Se
introdujo por las nueve aberturas del mundo donde todo era hermoso, insólito y
absurdo, bajó a los infiernos por pasajes oscuros y profundos, más de "mil
vidas" vivió, a más de "mil peligros" subsistió y a más de "mil
muertes" resucitó y muchas más que "mil curvas" recorrió.
Butterfly,
mientras tanto, revoloteaba por bosques milenarios de muchos inviernos
adormecidos, y ella, -la mujer mariposa- suavemente posada en la cima de la
alta colina, aleteaba sus soberbias
alas. Tal vez hubo surcado las más de "diez mil millas del mundo" y quizás;
también hubo esperado que sus energías ya se hubieran agotado en el traspaso hecho
hacia el "Portal de la vida".
Y él,
Hiromu, gozoso de placer, hasta allí mismo arribó creyendo encontrarla, pero ella,
veleidosa, ya no estaba.
En el
desvelo de su alma, desesperado, en la hoguera de una llamarada se quemaba.
¡Jamás pudo
alcanzarla!
¡Y por fin!...
Al
despertar en el delirio del sueño, al conocer que no es verdad lo que creemos
verdadero, le decepcionó el saberlo, y al mirar hacia su costado vio que junto
a él, estaba el otro yo de su propio ser.
Y el hombre
aquél que amaba la imagen de las cosas y al descubrir que la mujer mariposa que
tanto buscó, ya era suya desde siempre, sonrió.
(*) Frase extraída del cuento "Cómo se salvó Wang Fo" de Margueritte Yourcenar.