A él le gustaban esas piernas.
Sabían caminarle sobre la cabeza, le trotaban en las sienes y le galopaban en el pecho en un sinuoso camino hacia sus ingles.
Se cruzaban y descruzaban adentro de sus ojos cerrados. Las veía posarse sobre la silla mientras ella las subía para pintarles las uñas, las imaginaba taconeando por la sala. Esperaba el momento del desprendimiento de la falda que las abandonaba en un recorrido de tobogán hasta el piso, para regalárselas desnudas y descalzas.
Esas piernas de baile lujurioso, de danza sobre brazas, que lo transportaban a aquel desierto de arenas temblorosas. El deseo aferrado a esas caderas, y a esa piel con gusto lejano y aroma a plenilunio.
Un remolino de arándanos y frambuesas mareaban al champagne que hacía transpirar las copas.
La imagen de la que tan sólo lo separaba un suspiro, tan sólo una calle. Confiaba en las ventanas cómplices, deseaba que se convirtieran en Celestinas para que las traigan junto a él, y verlas posarse sobre el pavimento, pararse en el umbral, impacientes por compartir con sus rodillas el mismo sísmico descontrol.
Sabían caminarle sobre la cabeza, le trotaban en las sienes y le galopaban en el pecho en un sinuoso camino hacia sus ingles.
Se cruzaban y descruzaban adentro de sus ojos cerrados. Las veía posarse sobre la silla mientras ella las subía para pintarles las uñas, las imaginaba taconeando por la sala. Esperaba el momento del desprendimiento de la falda que las abandonaba en un recorrido de tobogán hasta el piso, para regalárselas desnudas y descalzas.
Esas piernas de baile lujurioso, de danza sobre brazas, que lo transportaban a aquel desierto de arenas temblorosas. El deseo aferrado a esas caderas, y a esa piel con gusto lejano y aroma a plenilunio.
Un remolino de arándanos y frambuesas mareaban al champagne que hacía transpirar las copas.
La imagen de la que tan sólo lo separaba un suspiro, tan sólo una calle. Confiaba en las ventanas cómplices, deseaba que se convirtieran en Celestinas para que las traigan junto a él, y verlas posarse sobre el pavimento, pararse en el umbral, impacientes por compartir con sus rodillas el mismo sísmico descontrol.
Patricia Torres
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