Desperté,
oliendo todavía a tierra mojada, fruto de la lluvia caída en ese sueño
asombroso que tuve durante la noche.
Me levanté y
corrí la cortina de la ventana que dio paso a un sol que comenzaba a calentar,
me sentía muy bien recordando el sueño en el que muy niña y con un gorro rojo
andaba en bicicleta (la realidad es que nunca aprendí).
Pedaleaba muy
contenta mientras sentía la garúa en mi rostro lavándome los ojos y haciéndome
ver mejor ese paisaje tan lindo que estaba recorriendo.
De pronto una
piedra traviesa se interpuso en mi camino, la rueda de la bicicleta tropezó con
ella y caí golpeando mi cabeza en el suelo.
Sentí dolor,
pero el sol tibiecito que estaba asomando secaba mi cara mojada por la
llovizna.
Olvidé el dolor,
subí a la bicicleta y comencé a andar, respirando ese aire y ese sol que me
brindaban tanto placer.
Dejo el sueño,
sigo con el despertar y comienzo el día. Salgo a caminar y siento el mismo gozo
que en el sueño. Disfruto del paisaje que huele a tierra mojada, no por la
lluvia, sino por el riego de sus dueños.
El sol acaricia
mi rostro, cierro un momento mis ojos y recuerdo el sueño, olor a tierra mojada
y el sol brindándome su tibieza.
Por eso, de este
lado del sueño y del otro lado de la realidad fue lo mismo, gozar interiormente
de las cosas bonitas de la vida.
¡Agradable
sensación de un lado y del otro!
Publicado en EL OJO DEL CÍCLOPE
1 comentario:
Buenisimo Leonor , Amiga Te felicito --beso
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