martes, 23 de julio de 2013

MUJER BUTTERFLY por MARÍA ELENA FUSTER


El hombre amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas y ningún objeto le parecía tan real como aquello que en su imaginación veía.(*)
    Hiromu  respondía en un todo y en mucho más a "Las diez mil cosas" como en China llaman al mundo. Hijo del sol, ser excelente en todo, ensoñador y anheloso.
    La esposa de Hiromu era frágil, delicada como la flor del loto, pero clara como un cristal que nunca oscurece o una imagen que siempre nos protege y se desplazaba por la casa como si flotase en el aire y su kimono de colores apagados como las cenizas de una muerta hoguera ceñía su cintura, ¡Pequeña flor condenada a vagar por el patio con jazmines, camelias y otras tantas cosas!
    Solos los dos vivían en la casa pintada de azul, de un azul tan azul, como el zafiro y persianas de tela de arroz con sus paisajes y senderos de flores, qué al cerrarlas, al avanzar el crepúsculo todo quedaba envuelto en una intimidad silenciosa; habitaban la casa junto con el ciruelo que estaba en medio del jardín de las "Fragancias floridas"
    ¡El ciruelo!
    Aún añejo, daba pequeñas flores rosadas y cuando llegaba la época de cosechar sus frutos, el patio del jardín se cubría de morado y se teñían las sandalias de Hiromu al pisar las ciruelas caídas.
    Hiromu amó apaciblemente a aquella mujer escogida por sus padres, pero, con un amor sumiso, el cual no le proporcionaba el placer de verla tal cual se ve aquello que a los ojos de él, reflejaba la belleza de lo creado en lo íntimo de su ser.

    Un día, entre las nubes del poniente que bordeaban el jardín, Hiromu descubrió entre las ramas del ciruelo aferrada a una de sus hojas, una pequeñísima larva, insignificante como un huevito listo para evolucionar; Entonces Hiromu, cansado ya de un municipio donde nadie podía enseñarle ningún secreto de belleza o fealdad, se dedicó con ansias y placer a dar vida a ése capullo que pendía de unos hilos de seda colgado cabeza abajo y lo comparó a una mujer joven que dejara secar sus cabellos brillosos de la misma manera.
    Lo primero que hizo Hiromu fue cubrir todo el ciruelo con una malla fina para proteger a la larva de los depredadores -arañas y avispas- y se dedicó diariamente a observar el cambio diario de semejante maravilla.
    Hiromu vio como la criatura permanecía externamente inactiva pero en su interior ocurrían los más diversos y maravillosos cambios, ¡Y de pronto!...
    Poco a poco fue transformándose y la metamorfosis realizada dejó a Hiromu falto de asombro para asimilar lo que en varias semanas después se presentó ante sus ojos.
    Después de un mes, más o menos, Hiromu vio como ése capullo aparentemente inactivo cobraba vida propia, la crisálida cambió de color, se desplazaba por toda la rama verde y se alimentaba de las hojas tiernas del ciruelo esperando el día en que se transformaría en el último estadio de su ser.
    La obsesión de Hiromu por ver aparecer la Butterfly en toda su belleza de forma y color, le hacía olvidar sus obligaciones de esposo y dueño de casa y con sorpresa descubrió que su casa ya no era de un color azul brillante como el creía, sino, que le parecía un tugurio del color verdoso de algo a punto de echarse a perder.
    Hiromu hablaba con el insecto como si sus palabras fuesen el alimento que ella necesitaba para crecer, contándole todas sus peripecias y emociones, creyendo que la misma oruga lo escuchaba y que posaba sus minúsculos ojos en los suyos asintiendo con la mirada, con los sentimientos de Hiromu.

    Pasaron tres o cuatro semanas:
    Se levantó Hiromu aletargado con el sopor  normal del sueño, era mañana temprana, los colores del alba reavivaban el jardín y las hojas del ciruelo empujadas por la brisa que al mecerlas crearon con su movimiento una increíble melodía y se veían mucho más frescas y lozanas; Hiromu corrió al jardín a ver a su crisálida y al levantar su mirada contempló a una espléndida mujer Butterfly detrás de la malla fina.
    Hiromu  descubrió a una mujer tan bella como un naranjo en flor, la miró como si de la mujer partieran "diez bifurcaciones" que lo llevaban desde el corazón de ella hasta su propio corazón y cada bifurcación lo transportaba por un camino distinto de sensaciones y se preguntaba ¿existe un alma inmortal dentro de ésa figura bellísima o si solo es un animal con el color de las flores?
    Y en su imaginación la envolvió en un cinturón de seda y la metamorfosis a la cual se sometió la larva, la convirtió en todo el esplendor de una mujer mariposa con sus alas radiantes de luz, que enmarcaba los matices multicolores e irisados que desplegaba en su vuelo elegante y rápido y en sus abundantes planeos; Y él, el hombre, sentía que ella, la mujer mariposa se iba alejando lentamente y supo en lo hondo de sus sentidos que debía alcanzarla antes de que la perdiera para siempre.
    Y al ir detrás de su ilusión, de la musa de su inspiración, Hiromu cruzó vados fangosos que atenacearon como garras sus entrañas al no poder atraparla en su desplazamiento.
    Llegó a confines lejanos, países exóticos e inverosímiles, selvas tropicales y  desconcertantes y cuando él llegaba, ella ya había partido desplegando sus alas.
    Habló lenguas extrañas que lo confundieron, por la desconocida preguntó pero, nadie nunca la vio.
    Se introdujo por las nueve aberturas del mundo donde todo era hermoso, insólito y absurdo, bajó a los infiernos por pasajes oscuros y profundos, más de "mil vidas" vivió, a más de "mil peligros" subsistió y a más de "mil muertes" resucitó y muchas más que "mil curvas" recorrió.

    Butterfly, mientras tanto, revoloteaba por bosques milenarios de muchos inviernos adormecidos, y ella, -la mujer mariposa- suavemente posada en la cima de la alta colina, aleteaba  sus soberbias alas. Tal vez hubo surcado las más de "diez mil millas del mundo" y quizás; también hubo esperado que sus energías ya se hubieran agotado en el traspaso hecho hacia el "Portal de la vida".
    Y él, Hiromu, gozoso de placer, hasta allí  mismo arribó creyendo encontrarla, pero ella, veleidosa, ya no estaba.
    En el desvelo de su alma, desesperado, en la hoguera de una llamarada se quemaba.
    ¡Jamás pudo alcanzarla!
    ¡Y por fin!...
    Al despertar en el delirio del sueño, al conocer que no es verdad lo que creemos verdadero, le decepcionó el saberlo, y al mirar hacia su costado vio que junto a él, estaba el otro yo de su propio ser.

    Y el hombre aquél que amaba la imagen de las cosas y al descubrir que la mujer mariposa que tanto buscó, ya era suya desde siempre, sonrió.

 (*) Frase extraída del cuento "Cómo se salvó Wang Fo" de Margueritte Yourcenar.


2 comentarios:

Liliana dijo...

Que hermoso cuento, María Elena!
una narración que mantiene el interés del lector y un epílogo perfecto.
Liliana

Liliana dijo...

Que hermoso cuento, María Elena!
una narración que mantiene el interés del lector y un epílogo perfecto.
Liliana