Una y otra vez
Esa puerta
lo obsesionaba desde hacía algún tiempo atrás. Trataba infructuosamente de no
pensar en ella. Era tan grande el deseo interno de cruzar el umbral y
traspasarla, que no vivía tranquilo.
Parado
frente a ella comenzaba a sentir escalofríos que le recorrían todo su ser. Se
le erizaban los vellos del cuerpo y sus
manos sudorosas temblaban antes de alcanzar la manija y abrirla.
Frente a
este deseo irrefrenable una dosis de cordura lo invadía para no realizar la
acción. Estaba seguro que una vez dentro de esas cuatro paredes no había vuelta
atrás.
Retrocedió unos pasos, se encaminó por el pasillo para
encerrarse en su habitación.
Se debatía
entre la idea de hacerlo, y la frustración de sentir la cobardía que lo invadía, por esos breves instantes.
Acostado en su cama, con la mirada perdida en el
techo, inventaba posibles reacciones, desenlaces y finales.
Sin darse
cuenta que estaba preso de ese hechizo y otra vez volvía a caminar como un
autómata, para situarse una vez más frente a la puerta.
Otra vez la duda, el desconcierto, el miedo, volvían para apoderarse de él, desistiendo como otras tantas en el intento.
Otra vez la duda, el desconcierto, el miedo, volvían para apoderarse de él, desistiendo como otras tantas en el intento.
Las horas
parecían detenerse en la noche, la vigilia lo sorprendía con el despunte de los
primeros rayos de sol, cuando a plena luz debía retener esos impulsos, ante la
vista de los demás.
La noche era
su única cómplice, y él una sombra furtiva escabulléndose entre
la oscuridad y el silencio de la casa, como un ladrón,
esquivando para no ser visto.
Sabía que no
podía continuar con lo que estaba sucediendo, se fijo un plazo.
Aprovecharía
el sábado en la noche, cuando la casa estuviera por unas horas deshabitada.
Se pararía
frente a la puerta, con firmeza, y sin
dudarlo ni una milésima de segundos, jalaría el picaporte y la abriría. Una vez
dentro ya no tendría escapatoria. Iría directamente al primer cajón del
escritorio a buscar lo que hacía tiempo lo obsesionaba, con ella en sus manos
sería difícil cambiar de opinión.
Solo debía
ser valiente, así se lo planteó. Esperó
el ansiado día, y no lo pensó mas, se
dejó llevar.
A los pocos segundos, se escuchó
una estampida cortando el
silencio de la noche.
Detrás de la puerta, la muerte, que esperó pacientemente por tanto tiempo, festejó con una carcajada su victoria triunfal.
Una vez más, salió airosa. Había cumplido su trabajo.
Detrás de la puerta, la muerte, que esperó pacientemente por tanto tiempo, festejó con una carcajada su victoria triunfal.
Una vez más, salió airosa. Había cumplido su trabajo.