sábado, 31 de marzo de 2012

UNA Y OTRA VEZ por GRACIELA ZECCA




Una y otra vez

Esa puerta lo obsesionaba desde hacía algún tiempo atrás. Trataba infructuosamente de no pensar en ella. Era tan grande el deseo interno de cruzar el umbral y traspasarla, que no vivía tranquilo.
Parado frente a ella comenzaba a sentir escalofríos que le recorrían todo su ser. Se le  erizaban los vellos del cuerpo y sus manos sudorosas temblaban antes de alcanzar la manija y abrirla.
Frente a este deseo irrefrenable una dosis de cordura lo invadía para no realizar la acción. Estaba seguro que una vez dentro de esas cuatro paredes no había vuelta atrás.
Retrocedió  unos pasos, se encaminó por el pasillo para encerrarse en su habitación.
Se debatía entre la idea de hacerlo, y la frustración de  sentir la cobardía que lo invadía,  por esos breves instantes.
Acostado  en su cama, con la mirada perdida en el techo, inventaba posibles reacciones, desenlaces y finales.
Sin darse cuenta que estaba preso de ese hechizo y otra vez volvía a caminar como un autómata, para situarse una vez más frente a la puerta.
Otra vez la duda, el desconcierto, el miedo, volvían para apoderarse de él,  desistiendo como otras tantas en el intento.
Las horas parecían detenerse en la noche, la vigilia lo sorprendía con el despunte de los primeros rayos de sol, cuando a plena luz debía retener esos impulsos, ante la vista de los demás.
La noche era su única cómplice, y él una sombra furtiva escabulléndose  entre  la oscuridad  y  el silencio de la casa, como un ladrón, esquivando para  no ser visto.
Sabía que no podía continuar con lo que estaba sucediendo, se fijo un plazo.
Aprovecharía el sábado en la noche, cuando la casa estuviera por unas horas deshabitada.
Se pararía frente a la puerta,  con firmeza, y sin dudarlo ni una milésima de segundos, jalaría el picaporte y la abriría. Una vez dentro ya no tendría escapatoria. Iría directamente al primer cajón del escritorio a buscar lo que hacía tiempo lo obsesionaba, con ella en sus manos sería difícil cambiar de opinión.
Solo debía ser valiente, así se lo planteó.  Esperó el ansiado día,  y no lo pensó mas, se dejó llevar.
A los pocos segundos,  se escuchó  una  estampida cortando el silencio de la noche.
Detrás de la puerta, la muerte, que esperó pacientemente por tanto tiempo, festejó con una carcajada su victoria triunfal.
Una vez más, salió airosa. Había cumplido su trabajo.

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