Presas en su boca las palabras aguardan su turno para salir y decirlo todo.
Muchos son los sentimientos y las cosas que
quiere expresarle: cómo se siente, que
la preocupa. Hablarle de la visita
de la tía Delia, del libro que le regalaron sus amigas, “las chicas”.
Contarle lo que se había estado
acordando el otro día, que el gato
estaba comiendo poco, que el jazmín amaneció con cinco pimpollos nuevos.
Está ansiosa por saber de él, de los chicos,
de Bianca, del trabajo, decirle que lo quiere, que le gustaría que la visiten
más seguido.
Cada mañana antes de almorzar sale a la
puerta a esperarlo. - Está muy ocupado siempre.- Se consuela, cada vez, al ver que no llega. Otro tanto
hace al atardecer y así cada día repite
el mismo ritual.
- Tal vez son demasiado las cosas que quiero
contarle y está siempre tan apurado. Solo le hablaré de lo más importante. De
mi problemita de salud, mejor no le
hablo. Para qué preocuparlo.
Llegó a visitarla el domingo a última hora
de la tarde. Se la veía contenta y entusiasmada. Sabía que como siempre, no
tendría tiempo para escucharla. Quería
decirlo todo. Él la vio venir y se adelantó. - Mañana paso y
mientras me sebas unos mates hablamos.
Pasé solo un ratito para saludarte. Se inclinó para darle un beso.
-¡Qué pena! No
podré contarle que el jazmín amaneció con cinco
pimpollos nuevos. – Pensó y la
imagen de su único y tan querido hijo se
desdibuja y se pierde confusa en
los laberintos de su mente ensombrecida. El tiempo se detiene, el desconcierto
le gana a la certeza, la angustia a la
alegría, la oscuridad a la luz.
Las palabras
asustadas, convertidas en fantasmas escapan y se ocultan tras las
cortinas para no ser vistas. La adversidad
cambia el color de la mirada y lo que ayer fue urgente, hoy es
intrascendente.
El lunes
al atardecer la familia se
reúne en la casa. Y ahí están
desconcertadas sus cosas: la silla vacía, el mate de cuero, los libros, el
almohadón, el gato. Cada rincón, cada
cosa es un recuerdo, una reminiscencia que marca la ausencia. Trás la ventana,
el jardín, en él languidecen
tristemente cinco perfumados jazmines. Al verlos Samanta, la menor de sus nietas
exclama: - ¡Qué lástima no haberlos visto!
Le hubiera gustado a la abuela
llevarlos al cielo. Ante esas palabras, la silenciosa sombra que ocupa la silla vacía,
sonríe.
1 comentario:
Qué bello y qué cierto Raquel ............. es hermooossoooo , me encantó ..... porque además es tan cierto .- Buenísimo querida amiga .- Te Felicito..- Cristina Zamora .- Cariños .-
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