sábado, 9 de febrero de 2013

LA VEJEZ Y EL SILENCIO por MARÍA ELENA FUSTER


                                                                                                                                                      
            A veces, el silencio nos intimida con la maraña de pensamientos que habitan en nuestro cerebro y son torbellinos que aparecen y con ellos la angustia del paso del tiempo pero, si nos ponemos a reflexionar y vemos las cosas desde otro horizonte, con otros ojos o con otra mirada, puede parecernos sorprendente lo que vemos y sentimos dentro de nuestro ser, algo que, por más pequeño que sea se mueve y uno comprende que las cosas van cambiando pero, no son las cosas que cambian, somos nosotros mismos que poco a poco vamos avanzando por ese largo camino que aún nos falta recorrer. 
           ¡Ah, el silencio! Qué intenso puede resultar cuando entre palabras dichas así nomás, lo que más pesa es lo que no se ha dicho, aquello que ha sido conjurado por una alusión, una diagonal de nada, un punto final, donde no sobran ni son necesarias más palabras elegidas.
           Donde lo extraño y el abismo aparecen de la manera menos  pensada, tener la sensación de haber llegado irremediablemente tarde entre el cansancio del deseo y el vitalismo de la prosa. A veces, la vejez se ve a la distancia con otra mirada, como una jaula en la que sólo el deseo permanece joven y se repite una y otra vez la idea de que el tiempo pasado nos extraña y no es verdad. El tiempo enajena y la vejez - a la distancia - es siniestra.
          Más bien regresar es lo que se desea, desandar el camino de regreso a casa, como una meticulosa tejedora que desenreda una madeja de lana envuelta en una maraña, sin pensar que el camino de regreso a una tierra del pasado, el mismo tiempo la ha hecho ilusoria y fantástica, que tal vez nos brinde un cierto ardor incandescente en el corazón pero, no más que eso porque...
         Desandar es deshacer, es negar el camino de ida. Qué bello y armonioso puede llegar a ser el camino por más corto o largo que sea subiendo peldaño a peldaño hacia lo alto, donde la vejez no pesa, y se recorre a pie gozando lentamente, como si fuesen capas superpuestas, cálidas e hipnóticas, que a modo de brujería misteriosa nos son develadas como una pintura encantada, como un gran misterio escondido en un paraíso de formas y colores alucinógenos. Oír los sonidos que ascienden leves y coordinados y nos parece una voz a través de la cual se puede pensar la realidad,  reconocer las emociones y las tensiones secretas de las personas, entender el "por qué" y el "cómo" de las cosas con el mismo deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez.
        Entonces, la vejez - a la distancia - se verá con otra mirada, esa mirada deslumbrada que nos hace sentir que hemos alcanzado la libertad absoluta de nuestro espíritu donde el recorrido que nos espera es el de ver, hablar, sentir y obrar de forma absolutamente emancipada y desde allí en más, ¡Con la mirada puesta en el punto final, luminoso, del camino que tarde o temprano deberemos recorrer!

 Texto publicado en "EL OJO DEL CÍCLOPE"


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