Esa
mañana la acompañé caminando despacio, la cara contra el viento, metido en mi
silencio, con pasos callados, un ruiseñor que se apoyó en mi hombro traído
por el viento desde un jardín herido que gritaba pidiendo la suavidad, la
calma, rozó mi mejilla con sus suaves
alas.
Yo
seguía metido en mi mismo, era la hora
dulce de las medias lunas, la hora nona de las mañanas que encendía la
atención que invadía nuestras bocas al morderlas tan crocantes, saboreándolas
y disfrutando su fresca textura, saladas o dulces.
Había
otras personas caminando por detrás nuestro, las oía hablar mientras seguía
sumido en mi evocación de esos, nuestros momentos tan íntimos, cotidiano ,
como el mirar una película abrazados en el sofá con una fuente de pororó sobre
mis rodillas, jugar a las cartas, podar las plantas del jardín, limpiar la
pileta, lavar el auto, compartir un libro, colgar los cuadros, comentar las
noticias de los noticieros, los sucesos importantes, los novedosos, los
escandalosos, y divirtiéndonos con los disparatados.
En
esos recuerdos iba perdido sin darme cuenta que nos estábamos aproximando al
tranquilo y solitario lugar al que nos dirigíamos, los árboles susurraban sus
lamentos al frotar el viento en sus follajes y mis emociones palpitaban dentro
de mi estómago; el silencio se podía escuchar en ese momento en el lugar, ya
no oía hablar…….. ¡ todo era silencio.! .Tomaron su cuerpo respetuosamente sin
preguntarme, las puertas estaban abiertas, entraron y lo depositaron en un
costado sobre una saliente similar a una ancha repisa en ese quieto lugar
mientras “ la señora lluvia llovía
dulcemente sobre mis huesos parados en
la soledad “, del panteón familiar en tanto mi corazón se deslizaba lentamente hasta mis
pies.