domingo, 24 de marzo de 2013

EN OTRO TIEMPO por OLGA VALDEZ


Colecciono polvo, palabras atascadas,
trozos de imágenes que dejan huellas.
Dibujo fracciones de un instante
en danza trémula.
Al otro lado del tiempo
golpea en mi memoria el sabor a la lluvia
y mi cuerpo frágil resplandece ausencia.
Amanece y queda el perfume de violetas
y una brisa encadenada envejece en nuevas sensaciones
convertidas en cenizas.

Poesía publicada en EL OJO DEL CÍCLOPE

miércoles, 20 de marzo de 2013

CON VARIOS PARES DE OJOS por PATRICIA TORRES




Tener un hijo, escribir un libro y plantar un árbol, no siempre alcanza, por eso, a veces falta tener un árbol, plantar un libro, escribir un hijo.
Si fuese costurera hilvanaría mis palabras, les colocaría botones, les cosería lentejuelas  y les haría dobladillos, sabría cortarlas al bies, ponerles cierres, zurcirlas, bordarlas en la solapa y pespuntearlas para terminarlas en forma prolija. No conozco el oficio, escribí cosas que otras palabras no pueden remendar.
Comencé diciendo: El sol se pintó de verde y caminó sobre la línea que separa los cielos de la tierra. Usó al horizonte como cuerda floja y dejó que pase el día mientras se dedicó a ser equilibrista. Un loro parlanchín escondido entre el follaje le gritaba obscenidades, el sol en su deseo de alabanza las creyó un piropo. El mundo entero se confundió  y se paralizó ante semejante acto. El sol, que miraba con sus propios ojos creyó que le rendían pleitesía.
La idea se esparció y quedó inconclusa,  entonces comencé a desarrollar  otra que exponía: Una mujer tendida sobre su cama lloraba sin consuelo mientras otra le decía:” En estos tiempos ya nadie muere de amor, las mujeres no se desmayan porque el corsé no les quita el aire, ni se sonrojan por sentirse observadas,  un amor borra al anterior porque es saludable que así sea y la inmortalidad sólo le pertenece a los dioses que son sepultados en tumbas que se visitan cuando se visita el museo. Tampoco supe cómo continuar la idea.

Seguí buscando, siempre buscando, entre la gente, entre los lápices y las notas, entre las arvejas y las plumas de la almoada. Buscando la h que se escapó de mi almohada  y la h que Beatriz no encuentra en orfandad y que es lo único que le sobra al huérfano.
Buscando a pesar de todo y por lo que vendrá, mirando de reojo lo que ya se fue y corriendo para no volver atrás. Revolviendo las ideas para encontrar algo distinto, disfrutando de un vino, prendiendo otro cigarrillo, recordándote para olvidarte de nuevo y seguir hurgando en textos viejos para plagiarme, sin encontrar nada. ¡Con tanto por decir! No encontrar nada, o no encontrar cómo.
Es casi una herejía que induce a encender la hoguera que se alimentaba con brujas, entonces  recuerdo las brujas conocidas, las que curan el empacho, las que  dueñas del futuro acarician la esfera de cristal, las que se dedican a inventar historias y como una cosa lleva a la otra, vuelvo a la h que está al principio de hermano y a la l de lejos y a algún embrujo que pudo haber provocado dichas cosas.
Una vez conocí a un hombre  amigo de Sigmund  que tenía otra mirada, seguramente, él, me diría alguna cosa sobre el inconsciente y que en este texto, el preámbulo sólo es el camino, que mediante la palabra se llega a donde se quiere llegar y que si tanto me empeciné con la costura, tome una aguja, un hilo negro y cosa: embrujo, hermano, lejos y que sin lentejuelas ni canutillos, termine mi prenda.

Texto publicado en EL OJO DEL CÍCLOPE

martes, 19 de marzo de 2013

¿VANOS? por SILVIA BALBUENA



La vida…
Y la vida pasa. Y atrapamos instantes. Y soñamos otros nuevos, o los mismos repetidos. Y nos aferramos a tablas que a veces nos parecen seguras y a veces resultan de algodón.
Nos ensimismamos o salimos a vociferar. Callamos o gritamos. Decimos plegarias o nos enfurecemos.
La vida... 
Y mientras la vida pasa nos seguimos jugando, por lo que creemos y lo que sentimos, por las pasiones y los deseos, por las convicciones y las ideas, por las sensaciones y los sentimientos.
Y ahí están. Las sensaciones y los sentimientos. Nada que la razón pueda gobernar. Nada que el alma no pueda sentir. Nada que se escape de la piel y del corazón. Nada que venga de afuera, que nos digan, que nos manifiesten, que nos aconsejen.
Las sensaciones y los sentimientos. Que brotan porque sí. Que nos dominan y nos hacen débiles. Que nos invaden y nos hacen fuertes. Y eso que sentimos, que vive en nosotros, que a veces no es lógico ni racional, que a veces es vital y confortable, que a veces nos hace sufrir o penar. Que nos mantienen vivos. ¿Pueden ser vanos? ¿Inútiles, vacíos, intrascendentes? ¿frívolos, ineficaces, superficiales, estériles? ¿imaginarios?
Seguro que no.
 Las sensaciones y los sentimientos nos pertenecen, se ahuecan en nuestro ser, estallan en nuestros sentidos, se derraman en nuestras lágrimas, se contienen en nuestras células, se adosan a nuestra piel, emergen de nuestra mente. Se enseñorean en nuestra alma, se tornan bullentes en nuestra copa. Se ensoberbecen en nuestros latidos.
Y así el amor, el entusiasmo, la alegría, la tristeza, las pasiones, los deseos, los aleteos de mariposas, los urgueteos de los escarabajos, las desazones, las ansiedades, nos pertenecen, nos estallan, nos mandonean… Dejémoslos brotar. Para eso somos. Para vivir, palpitar, soñar. Para eso somos, para ser y para estar. Para eso somos, para sentir…
La vida nos lleva y nos trae. Nos llena de cosas y nos vacía. Nos aturde con sus sonidos intensos y con sus silencios. Nos ilumina con sus fulgores y  nos invisibiliza con sus opacidades. Nos da vista de lince para observar y cegueras para ocultar. Nos llena la boca de gritos y de angustias silenciosas, de risas y de llantos, de palabras bellas y de las feas.

domingo, 17 de marzo de 2013

EDÉN por LILIANA SOSA


Desde la reja señorial se extiende un camino que se bifurca en tres brazos, en piedras pulidas, pequeñas y parejas delineadas por laureles en flor, mahonias y esquimias.
            Salpicados de arvejillas ligustros de alheña contienen el alambrado que rodea la
periferia.
            En el centro del jardín se destaca una fuente de agua rodeada de bancos de cemento y parcelas de lavanda, lirios y gerberas.
            Pequeños grupos de rododendros, dodoneas y azareros se diseminan por todos lados en plena floración.
            En una especie de glorieta al final de uno de los caminos trepan bungavillas y glicinas protegiendo con su sombra un cantero de pensamientos, conejitos de colores y frágiles amapolas.
Es mi paraíso privado. En las mañanas gozo caminar descalza por la gramilla mojada y asomarme a la verja para ver el camino de tierra del otro lado del ligustro.
Suelo esperar al gato que se cuela por un hueco del tejido y luego se adormece
bajo el sol cerca de mí, acunado por el trino de cientos de pájaros  anidando en las ramas
de eucaliptos, acacias, ficus y palos borrachos que desprenden sus algodones y se    
enredan en mi pelo.
Una mariposa solitaria cruza la reja y yo la sigo embelesada, me detengo cuando cruzo el portal de entrada a leer un cartel que dice “jardín del descanso final” en letras doradas.
Sin entender nada vuelvo sobre mis pasos desconcertada, traspaso la reja cerrada, miro mis manos de espumas y sólo entonces veo desdibujadas por mis lágrimas las cruces blancas entre las flores y las plantas. Me quedo inmóvil en el centro del jardín, se mece con el viento mi mortaja y me desgrano hasta desaparecer.

Texto publicado en EL OJO DEL CÍCLOPE