La vida…
Y la vida pasa. Y atrapamos instantes. Y soñamos otros
nuevos, o los mismos repetidos. Y nos aferramos a tablas que a veces nos
parecen seguras y a veces resultan de algodón.
Nos ensimismamos o salimos a vociferar. Callamos o
gritamos. Decimos plegarias o nos enfurecemos.
La vida...
Y mientras la vida pasa nos seguimos jugando, por lo
que creemos y lo que sentimos, por las pasiones y los deseos, por las
convicciones y las ideas, por las sensaciones y los sentimientos.
Y ahí están. Las sensaciones y los sentimientos. Nada
que la razón pueda gobernar. Nada que el alma no pueda sentir. Nada que se
escape de la piel y del corazón. Nada que venga de afuera, que nos digan, que
nos manifiesten, que nos aconsejen.
Las sensaciones y los sentimientos. Que brotan porque
sí. Que nos dominan y nos hacen débiles. Que nos invaden y nos hacen fuertes. Y
eso que sentimos, que vive en nosotros, que a veces no es lógico ni racional,
que a veces es vital y confortable, que a veces nos hace sufrir o penar. Que
nos mantienen vivos. ¿Pueden ser vanos? ¿Inútiles, vacíos, intrascendentes?
¿frívolos, ineficaces, superficiales, estériles? ¿imaginarios?
Seguro que no.
Las sensaciones y los sentimientos nos pertenecen, se
ahuecan en nuestro ser, estallan en nuestros sentidos, se derraman en nuestras
lágrimas, se contienen en nuestras células, se adosan a nuestra piel, emergen
de nuestra mente. Se enseñorean en nuestra alma, se tornan bullentes en nuestra
copa. Se ensoberbecen en nuestros latidos.
Y así el amor, el entusiasmo, la alegría, la tristeza,
las pasiones, los deseos, los aleteos de mariposas, los urgueteos de los
escarabajos, las desazones, las ansiedades, nos pertenecen, nos estallan, nos
mandonean… Dejémoslos brotar. Para eso somos. Para vivir, palpitar, soñar. Para
eso somos, para ser y para estar. Para eso somos, para sentir…
La vida nos lleva y nos trae. Nos llena de cosas y nos
vacía. Nos aturde con sus sonidos intensos y con sus silencios. Nos ilumina con
sus fulgores y nos invisibiliza con sus
opacidades. Nos da vista de lince para observar y cegueras para ocultar. Nos
llena la boca de gritos y de angustias silenciosas, de risas y de llantos, de
palabras bellas y de las feas.
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