Warmi
Sayajsungo
Rosario Andrada de
Quispe tiene 53 años y es colla.
Para encontrarla deberá
viajar muchas horas hasta San Salvador de Jujuy, seis horas más en un colectivo
lechero y luego caminar 5 km bajo el sol penetrante de la Puna.
El periodista se pregunta
si valdrá la pena tanto sacrificio. Consulta varias veces cuánto falta y la respuesta es siempre la misma: - El
lugar de la Quispe esta ahisito nomá”.
Culmina el largo viaje y
ahí parada en la soledad puneña con el sol asomando altivo entre los cerros una
mujer espera.
De negros cabellos, la
piel curtida por el viento y el sol, las manos ajadas de años de trabajo.
Sencilla, silenciosa, de mirada firme y cautelosa.
Cobijaron sus primeros
años ese pequeño poblado de casas de adobe y techos de cinc, la vieja estación
de tres y la iglesia abandonada de Puesto del Marques.
Conoció el hambre, el
pastoreo de las cabras, trabajó de sirvienta en la ciudad pero… la tierra tira
y decidiò volver a sus cerros.
Creció con firmes
valores que le enseñaron sus abuelos maternos.
El periodista escucha en
silencio su relato no sin dejar de mirar alrededor. Dispara la pregunta: -¿Y
dónde se inició este sueño? ¿Cuándo?
Allá en una habitación
pequeña de paredes de adobe, en la soledad de los cerros, allá donde el viento
silva con un susurro suave y penetrante, donde las tolas adornan el paisaje.
Corría el año 90 y
mientras el presidente Menem afirmaba que Argentina era un país del primer
mundo muchos morían de hambre en la Puna.
Ahi a 4000 m de altura
comenzó a gestarse un sueño. Mujeres que contaban las mismas penas
fortalecieron una esperanza. Esa esperanza, ese sueño lo llamaron Warmi Sayajsungo
que en quechua significa “mujeres perseverantes” organizando un sistema de
microcréditos para que la gente pudiera tener su propia empresa sin irse para
buscar otros caminos.
El periodista mira
cerros, tolas, caminos pedregosos y soledad y se pregunta cómo hace quince años
Rosario logró lo que nadie.
El viento sopla, el
sombrero vuela, corre tras de él que no quiere detenerse y mágicamente queda al
pie de la primera Universidad en la Puna.
Los ojos del periodista
miran a Rosario que con una sonrisa dibujada en su rostro le dice:
-Un sueño hecho realidad
para que los hijos de la Puna tengan donde estudiar.
Tira la larga trenza
hacia atrás.
Culmina la entrevista.
El sol se pierde entre los cerros, el viento comienza a soplar frío, los cactus
mudos espectadores del paisaje adornan con sus flores amarillas, ya las sombras
se dibujan en el camino pedregoso.
Hay que emprender el
regreso. Las bajas casas de adobe encienden sus luces y allí en la soledad de
la Puna jujeña una mujer de ideas firmes se despide.
Allí donde parece que el
mundo termina una mujer logró su objetivo.
Valió la pena recorrer
tantos kilómetros.