Hacía
unos días que Estela estaba nerviosa, desde que había hablado con Ricardo, su
esposo, y éste se había negado rotundamente a que ella siguiera adelante
con su embarazo de casi un mes, alegando
que todavía no era el tiempo de ellos para esa responsabilidad, y que además ya
lo habían hablado al casarse bien claro que él no quería hijos, y que ¡cómo le
había hecho eso! Le dijo además que se
desprendiera del mismo cuanto antes, que él buscaría información sobre dónde podría ir ella para que la despojaran
de ese “problema”, y que él le daría el dinero para esa intervención.
Se
sentía cautiva de esa situación, perdida en las sombras de la
incomprensión y del absolutismo de él,
el mes anterior había perdido a su madre
después de una dolorosa y larga enfermedad y
sentía su alma, su corazón y su cuerpo heridos al ir acumulando dolor tras
dolor; abrigaba una pequeña esperanza de poder huir de este castigo que él le imponía tan cruelmente.
Miraba
con su afligido corazón los pájaros de
cenizas golpeando en su ventana, ella misma parecía un pájaro con las alas caídas, al sentir cómo el amor que viene y va, iba dejando una huella gris
de dolor detrás de él, alejándolo de su vida, perdiéndose .
Lo veía
y lo sentía como a una
criatura extraña que ama sin ojos y en su egoísmo
destrozaba todo sentimiento puro, bello
y bueno.
Dos días
después del ultimátum, él le pasó un papel con una dirección, sin hablarla,
puesto que no lo hacía desde el anuncio de su estado y al ver la reacción y
decisión tan inconmovible en él,
ella le había rogado que no le hiciera eso, que la dejara seguir con el
embarazo, que no quería deshacerse del mismo, que deseaba tenerlo, pero eso
parecía que lo había enfurecido mucho más, llegándole a decir que si quería seguir adelante con eso tendría que hacerlo
sola y
olvidarse de él para siempre, que ella tendría que elegir, así que junto
con la dirección le dejó un sobre con dinero
y le avisó que tendría que ir
sola pues no la podría acompañar ese día
ya que tenía que viajar con su socio
al interior para cerrar una venta
para la inmobiliaria y esperaba que a su
regreso estuviera todo solucionado
y volvieran a
estar como antes.
Su aura
temblorosa buscaba atraer una luz que dispersara las brumas de sus angustiosos
pensamientos que la rodeaban, la cubrían
y absorbían oprimiéndole los
sentidos, deseó en su desesperación
tener las livianas alas de plumas de los ángeles para poder escaparse muy alto y muy lejos en donde
no la encontrara.
Entonces
tomó una decisión, buscó una de las maletas grande, puso en ella casi toda su
ropa, el resto en un bolso también
grande con otras pertenencias suyas, guardó el sobre con el dinero que le había
dejado junto a los ahorros que tenían de ambos, pues ella trabajaba en la recepción de una
importante Compañía Internacional desde hacía años y se
fue. Por el momento buscaría un modesto Hotel, ya vería cómo luego se las
apañaría, pero puesta en la obligación de elegir, se quedaba con su hijo, ella
ya lo amaba y viviría para él sin
arrepentirse.
Texto publicado en EL OJO DEL CÍCLOPE
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